Luego de solucionar, más o
menos, los desperfectos técnicos del blog, tratamos de continuar nuestros
esfuerzos en el mismo. Aunque, para ser honestos, hoy no escribimos nosotros, sino que compartimos una historia
que nos mandó desde Cuba nuestro hermano Bartolo E. Ugalde Ramírez. Una vez más:
gracias Bartolo por enriquecernos con tus sentidas crónicas de la parroquia
manzanillera. ¡Y muchas gracias también a Salvador (Salvito) Galliano Garay a y Carola (Cari) Yaque por compartir con nosotros fotos del momento!
Un son que
no se olvida (crónica sobre la visita del Padre Aguedo
a Manzanillo, Diciembre de 2011).
Con una sorprendente asistencia,
en particular de casi todos los que un día compartimos con el padre Águedo
cuando fuera nuestro párroco entre 1970 y 1977, y con la lucida presencia del
coro Santa Cecilia, participamos en la Santa Misa presidida por él, junto a
otros dos frailes, uno de ellos el Superior General de la Orden en Cuba.
El Padre Aguedo con algunos hermanos de la comunidad de Manzanillo. El primero a la izquierda, con una gorra, es Bartolo, autor de este escrito (y a quien su modestia nunca le permitiría señalarse, así que nosotros lo hacemos por él).
Una vez terminada la
Eucaristía me dirigí al Padre para
felicitarlo por la homilía tan sencilla y profunda que sin lugar a dudas nos
había regalado aquella grata mañana navideña, pero él, como podía haberme
imaginado anticipadamente, me esquivó levantando su brazo en señal de total
desacuerdo. Pienso que él no se creyó merecedor de mi elogio sincero por su
gran humildad, sin embargo lo cierto es que supo hacerlo con mucha sabiduría,
respaldada ésta por el peso de una vida sacerdotal de más de 50 años. Yo no oía
sus sermones desde aquellos pasados años, cuando el sacerdote de unos 40 años
aún no había alcanzado la madurez espiritual de hoy ni yo, su feligrés
veinteañero, la experiencia para saborear sus enseñanzas.
Mi reencuentro con el
padre Aguedo o Aguedito como solían llamarle sus más cercanos de la
comunidad ha sido para mí un suceso muy positivo. Espero que también para él el
haber vuelto sobre sus huellas, después de tanto tiempo, a su antigua parroquia
de la Purísima Concepción de Manzanillo. La única visita que él recuerda fue
muy breve en el año 1992 a propósito de la ordenación episcopal del padre
Carlos Baladrón.
El mensaje de su predicación,
además bajo el efecto de no pocas emociones, no pudo ser más afín a la fiesta
de San Juan evangelista, el 27 del último mes del año, con los temas
predilectos del discípulo amado, algunos de una u otra forma abordados
por el amigo sacerdote con la simplicidad que lo distingue. Si queremos ser
testigos de la luz tenemos que amar, perdonar, acoger, comprender…
Ya al término de su
predicación nos narró una anécdota, un recuerdo suyo entre tantos, de cuando él
estaba con nosotros. El y otro hermano de la comunidad, a quien todos los de
aquella época recordamos bien, se habían pasado una mañana completa, bajo el
sol, trabajando duro para tratar de resolver un grave problema: ¡No había agua
en la casa parroquial! Desarmaron y armaron varias veces la turbina pensando
que el problema estaba allí, chequearon tuberías, etc. y nada. Dados por
vencidos y agobiados, se despidieron, el padre subió a su habitación y el
hermano se fue a su casa hasta un nuevo intento. Y nos narra el sacerdote que
estando en su cuarto y no pudiendo conciliar el descanso se le alumbró el
bombillo… bajó corriendo las escaleras y al destapar la cisterna vio que
estaba seca. Y lo que ocurría era que un pequeño “palito” trababa el flotante,
impidiendo que el agua fluyera al depósito. Solo tuvo el padre que quitar el
pequeño obstáculo y en el acto la cisterna comenzó a recibir a la útil,
humilde, preciosa y casta hermana. Y apuntaba el sacerdote en su sermón que
así suele pasar en la vida. A veces basta que hagamos algo muy sencillo, hasta
mecánico, para hacer que las relaciones de amor fluyan, que las personas
sientan que son más que meros seres humanos. Una sonrisa, una palabra de
cariño, un perdón, un apretón de manos. A veces queremos hacer algo grande,
llamativo pero no es necesario, basta un detalle, mínimo, algo fácil, nada
complicado para que al agua del amor fluya y llene la vida de esos hermanos a
los que muy probablemente nosotros mismos hemos ahuyentado con nuestras
actitudes de prepotencia, con una palabra dura o un NO tajante.
Yo hubiera querido grabar ese
mensaje. Así se lo comenté a Salvito Galliano que estaba a mi lado en el primer
banco y me dio su aprobación. No es igual que yo lo escriba ahora con mis
palabras.
El padre Aguedo de la Orden de
los Frailes Menores fue y es una persona sumamente original, cura campechano,
buen cubano que fumaba tabaco (ya no, pues se lo quitó el médico) y jugaba
dominó (ya no pues dice que no tiene con quien) con su boina que a mí me
recuerda que hizo estudios en España, siempre jaranero y que, gracias a Dios,
sigue teniendo a Manzanillo como punto de referencia y muy dentro de
su corazón. El lo dijo al comenzar su homilía, lo ratificó el Superior
General antes de la bendición y el propio padre Aguedo lo acuñó cuando expresó,
ya saliendo del presbiterio y adelantándose al canto final. “Ahora lo que hay
que cantar es en Manzanillo se baila el son…” (copla popular
manzanillera), haciendo así reír con él a toda la Asamblea. Visitó, además de
la Purísima, las comunidades de la Costa donde también fue sacerdote.
Y se fue, sin despedida, hacia su actual
comunidad de San Antonio en Miramar (Ciudad de La Habana), a las 4 de la
madrugada en el microbús que lo trajo. ¡Gracias
por tu visita, fray Aguedo!
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