Compartimos hoy otro escrito que nos manda nuestro hermano Bartolo Ugalde desde Manzanillo, Cuba. Agradecemos a Bartolo su gran sensibilidad para recoger con su pluma el vivir y sentir de tantos hermanos humildes en las comunidades eclesiales cubanas. Esos "pequeños" que realmente son gigantes del Reino de Dios.
Yo vengo a servir… Por Bartolomé E. Ugalde Ramírez
Reconocimiento a la hermana Ana María Estrada, en sus 81 años.
“Entre mis cacharros yo te alabo, Señor”.
“No sé cómo usted sigue con eso, ya con sus años y cómo están las cosas…” le han dicho a la hermana Ana María Estrada más de una vez, con relación a su labor en la Cocina para personas necesitados del Grupo Comunitario de la Tercera Edad “Padre Acevedo”. Esto me lo comentó ella, en cierta ocasión, en una de mis rápidas visitas a su casa. Las personas que le pudieron haber dicho esto, evidentemente con la mejor intención del mundo, aludían tal vez, a la difícil situación por la que venimos atravesando. Pero Ana María ve las cosas de otro modo: “Esos viejitos la pasan muy mal, se merecen una ayuda, y no hago caso tampoco de los que me dicen que para qué tantos condimentos…porque yo les hago una comida sabrosa, con «todos los hierros» a los que pueda echar mano, porque ellos se lo merecen y para ellos la Iglesia, a través de Cáritas, envía una ayuda…”
“La gente quiere ganarse el dinero fácil, pero yo tengo ganas de trabajar, de luchar y esto que hago me gusta y lo disfruto”, me manifestó después, la mujer que cada mañana, muy temprano, sale aún a los mercados a hacer gestiones para los almuerzos del día. Con su llana sonrisa, adornando su bonachón rostro moreno, una vez más, me habla de un anciano, ya fallecido, que siempre halagaba su sazón, algo que la hermana Ana, como es natural, no deja de recordar con agrado, por ser el reconocimiento a su esfuerzo, al cariño que ella y su también abnegada ayudante, Marta, le imprimen a lo que hacen. Parece que no todos gozan de la virtud de ser agradecidos. Pero no debo juzgarlos. Trato, en particular, de meterme debajo de la piel de esos pobres ancianos beneficiarios de este proyecto, y pienso en las posibles tristes historias de sus vidas, en cuán hastiados estarán de la herencia que la dura vida les ha dejado, de la terrible soledad, del saco de miserias que llevan sobre sus extenuados y añosos hombros.
Por eso, la obra de algunas animadoras socioculturales de reunirse, al menos una vez al mes, con ellos allí, en la casa de Ana María, para celebrarles sus cumpleaños, ofrecerles algunos sencillos presentes, enseñarles una canción, agasajarlos, hacerlos sonreír, regalarles unos instantes de felicidad, es tan importante como la de proporcionarles algún alimento delicioso. Es que también esto es un alimento exquisito para sus almas, para sus mentes… y hasta para sus cuerpos, ¿por qué no? “No solo de pan vive el hombre”. Este otro es un alimento muy bien condimentado con el amor de esas hermanas y con la gracia del Espíritu Santo. Esto es promoción humana; esto los ayuda a ser mejores personas, los alivia de sus penas, los consuela en sus azarosos andares, y, quizás, hasta los prepara para que algún día puedan decir: Gracias, Señor. ¿Quién lo sabe?
Es cierto que Ana María arribó ya a los 81 años y que además lleva consigo un paquete de achaques, pero ella también lleva dentro de su corazón al Espíritu Santo: “Yo le pido la fortaleza al Espíritu Santo cuando me levanto, le pido la fortaleza para seguir, para seguir…” Es realmente Ana María una persona digna de admirar. ¡Con cuanto amor ha perseverado, desde hace casi 15 años, en esa compleja y ardua labor, prestando su propia casa, sépase que se trata de una muy humilde casa, su propia cocina y hasta sus propios utensilios de cocina! Fue con el paso del tiempo que algunos otros recursos fueron llegando para facilitar el trabajo. Hoy en día, por fin y gracias a Dios, su casa se ha convertido en el espacio agradable y mejor equipado que ella soñó, digno para la obra de misericordia que allí se realiza de dar de comer al hambriento, pero, en primer instancia, para las personas que allí viven. Ella se siente muy satisfecha de esta obra caritativa, en la cual ella no se considera más que una humilde servidora de su Señor: “Me parece que estoy cumpliendo con Nuestro Señor que dice: Yo no he venido para que me sirvan, sino para servir, y ese es mi lema: Yo vengo a servir.”
En una entrevista que le hice no hace tanto tiempo, me dijo con profunda satisfacción, y cito textualmente: “Yo quisiera hablar de los iniciadores de esta obra, porque me parece que muchas personas no saben quienes fueron. Yo les voy a decir que ellos fueron Nono Escala y Nubia Ramírez (fallecida en 2008), que a su edad acogió con tanta alegría y contribuyó mucho con esta cocina.” Gracias, Ana, por existir, gracias por servir a los pobres… gracias por no olvidar. ¡Dios te bendiga!
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