18 de enero de 2011

PEQUEÑOS RECUERDOS DE LA VISITA DEL PAPA A CUBA

Es temprano en la mañana del 22 de Enero de 1998 y los ancianitos se apresuran alegres a llenar la guagua en que saldremos dentro de un momento para la misa del Papa en la ciudad de Santa Clara. Miro a la Iglesia del Carmen a mis espaldas y tantos recuerdos vividos en esta querida comunidad vienen a mi mente… El viaje es bien corto y pronto estoy ayudando a bajar a algunas personas (entre ellas mi abuela Ester) para acomodarlas en sus puestos, designados para que puedan presenciar y disfrutar esta primera misa de Juan Pablo II en Cuba.


Cuando termino mis funciones como responsable de esa guaga (autobús), una de las muchas que traerán personas esa mañana, me retiro del área. Podría quedarme allí y disfrutar el privilegio de ver los acontecimientos desde la primera fila; pero prefiero salir y mezclarme con las multitudes que ya a esa temprana hora abarrotan la pista de la escuela "Manuel Fajardo". Encuentro antiguos compañeros de escuela (secundaria, preuniversitario, universidad), vecinos, amigos… todos saludan alegres, entusiasmados con lo que se avecina dentro de minutos. No sé si esté en lo correcto, pero me parece percibir en la mayoría de las personas una alegría única, pura, no común, a lo mejor pocas veces sentida… ¡Es el Papa, en Cuba, por primera vez!


Finalmente llega el Papa, y como todos, trato de ver el paso del “Papamóvil”. Pero al igual que Zaqueo, mi pequeña estatura no me permite divisar mucho, y a pesar de estar cerca de la calle por donde pasa solo veo la parte superior del vehículo. Delante de mi la gente grita, saluda, se agita, aplaude… Se me hace un nudo en la garganta y empiezo a llorar. Sabía que esto me iba a pasar, pero igual no puedo controlarlo. Ni me importa tampoco. Ni soy el único. ¡Es el Papa, en Cuba, por primera vez!

La misa empieza, y me muevo hacia la loma del Capiro, donde muchas personas también ocupan el lugar. Subo hasta la mitad de sus más de 180 metros y me siento en la yerba, para descansar un rato. Desde allí hay más tranquilidad, y finalmente puedo ver a la mayoría de los congregados con facilidad. En mi incontrolable afición por los números calculo el total presente, usando como escala el coro, que sé son 200 personas; y mi estimado es de unas 150 000 personas. De pronto el Papa empieza la predicación, y me emociono de nuevo pensando que pareciera estoy presenciando el mismísimo Sermón de la Montaña… ¿Por qué esta mañana Dios parece mucho más cerca que de costumbre? ¡Es el Papa, en Cuba, por primera vez!

Para la consagración estoy de nuevo en la pista, arrodillado junto a miles de personas, que sin ser católicas, muestran un sincero respeto. La paz es otra apoteosis de alegría. Y en la comunión vuelvo a emocionarme cuando es Campito, querido hermano de nuestra comunidad del Carmen, quien está repartiendo la hostia en la fila en que estoy. ¡Son tantos los seres queridos que están aquí en este momento! Mi madre y hermana están en el coro, mi padre en la comisión de transporte, mis hermanos (uno entre los monaguillos, otros, igual que yo, en algún lugar de este mar de gentes), miembros del Carmen y otras comunidades hermanas, entre los que llevan las ofrendas, saludan al Papa, leen… Hay tantas pero tantas emociones y sentimientos mezclados en esta mañana extraordinaria de la primera misa del Papa en Cuba…

A Santa Clara había llegado apenas el día anterior, viajando “en botella” desde Manzanillo. Y esa misma noche del 22 de Enero salgo, como casi siempre en un tren atrasado, camino al oriente del país, adonde llegaré al mediodía siguiente. Un pequeño descanso y a la noche estoy otra vez de responsable de una guagua, sólo que esta vez no transportando ancianos sino jóvenes de la comunidad “La Purísima” de  Manzanillo camino a la tercera misa del Papa en Santiago de Cuba. Estoy cansado, sin dudas, pero no hay tiempo de descansar ni deseos de hacerlo pues las emociones son más fuertes que el agotamiento físico. Esta vez el tiempo de viaje sí es largo, pero los jóvenes llenan el tiempo con cantos, juegos, y consignas a Juan Pablo que han escuchado en la misa del día anterior en Camagüey; la segunda misa del Papa en Cuba. 

En Santiago no puedo moverme mucho, pues esta vez me toca una fila de primera junto a mi esposa Tere, familia y amigos de la comunidad de la Purísima. A nuestro lado, igualmente emocionados y alegres, están Bobby y Chabe, primos de Tere que han venido desde Puerto Rico invitados por la Iglesia a presenciar este acontecimiento único. Igual vemos a muchos amigos de la Iglesia, y al final de la misa nos abrazaremos con tantos queridos hermanos… Pero de pronto llega el Papa y empezamos a cantar “Dichoso el Mensajero”. Y de nuevo, sobra decirlo, estamos llorando, al igual que casi todos los demás que nos rodean en esa mañana extraordinaria de la tercera misa del Papa en Cuba.

Monseñor Meurice pronuncia sus históricas palabras, y todos aplaudimos al delirio. ¡Se respira un aire de libertad tan nuevo, tan esperanzador! La Virgencita del Cobre, patrona de Cuba es coronada por Juan Pablo II en un momento especial. Durante toda la misa me vienen a la mente tantas vivencias del Cobre (peregrinaciones, convivencias, misas, viajes, oraciones). A mi lado otras queridas personas están también embebidas en sus propios pensamientos y emociones; está claro que nadie aquí está indiferente, es imposible estarlo. A pesar del calor. A pesar del cansancio… La ceremonia culmina brillante y emotivamente en esta grande y querida ciudad de Santiago. Aquí estudié mi carrera universitaria, conocí y me enamoré de mi esposa, en esta misma plaza Antonio Maceo sufrí horas sin fin cuando los desesperados viajes “en botella” de principios de los 90… Pero todo esto se subordina ahora a la experiencia increíble de esta visita del Papa a Cuba.

Dios está aquí. ¡Dios está pasando, ahora mismo, por aquí! No se puede describir, pero se siente claro y fuerte. Al igual que en La Habana al siguiente día. Al igual que en toda esta semana, que será de Epifanía de Dios, no sólo para la Iglesia sino para todo el pueblo de Cuba. Todos, todos, coincidimos en el sentimiento de que algo extraordinario ha pasado en estos días maravillosos. Es el cariño personal, cercano y tangible de Dios, para con todos los cubanos, en esta visita del Papa a Cuba.

1 comentario:

Abby dijo...

Ciertamente el tiempo de Dios no camina como el nuestro. En aquellos dís se abrieron tanto las esperanzas que pensamos que los cambios en nuestro querido país ya iniciaban y a pasos de gigante, no ha sido así, pero el saldo de esta maravillosa visita fue totalmente positivo: porque la FE se renovó, porque la ESPERANZA se avivó, porque el AMOR creció. Juan PAblo II fue el Mensajero de la Verdad y la Esperanza que no caducan, no importa el tiempo que demoren en sobresalir...