8 de enero de 2011

LA “MANCHA” EN EL EXPEDIENTE: VISIÓN DESDE CUBA

Durante muchos años ser religioso en Cuba (especialmente ser católico) constituyó una especie de “pecado mortal”, estigma fatal que nos marcaba desfavorablemente. Ejemplos hay muchos:


- Cuando llegaba alguna visita a la escuela (los famosos “inspectores”) era común que preguntara en el aula: “A ver, que levanten la mano los que son religiosos”, una humillación grande, sobre todo con niños de temprana edad en las escuelas primarias.

- En las clases se enseñaban muchas cosas que supuestamente probaban que la Iglesia (y los que iban allí) eran anticientíficos. Entre las cosas que recordamos: La Geología, Paleontología y Astronomía desmienten el relato de la creación (al probar que el Universo es mucho más viejo que lo que la Biblia dice). O la primera autopsia hecha a un hombre desmiente el relato del Génesis donde Dios crea a Eva de una costilla Adán (al probar que el número de costillas es el mismo en los dos sexos). O que la Teoría de la Evolución de Darwin “prueba” la no existencia de Dios (igual “prueba” se deriva de la teoría de Oparin sobre el surgimiento espontáneo de la vida). En un plano aún más ridículo todavía estaba la “famosa” poesía de Nicolás Guillém “El Cosmonauta” donde se presentaba la peregrina idea, peregrina aún como metáfora literaria, de que la exploración espacial probaba que no había Dios (la poesía terminaba: “Hay en efecto un butacón, pero está vacío”). No vamos a dedicar espacio en este comentario a refutar toda esta sarta de estupideces, aunque quizás valga hacerlo en el futuro. Sólo queremos resumir que la doctrina inculcada en las escuelas era clara: La Ciencia demuestra que Dios no existe.


- Otros epítetos con intención despectiva se aplicaban a los religiosos, además de llamarlos “anti-científicos”. El más común, por supuesto, era “contra-revolucionarios”. Pero también “homosexuales”, “ignorantes” (“confundidos”, si se quería ser cortés), “burgueses”, “capitalistas”. Y, por supuesto, la etiqueta maestra de Karl Marx: “La religión es el opio de los pueblos”.

-Precisamente algunas de esas etiquetas fueron la base de los reclutamientos forzosos de muchos católicos para las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), “gulags tropicales” tristemente célebres a fines de los años 60. Este tema, sin dudas importantísimo, escapa a nuestra experiencia (aunque no a la de nuestros padres) por razones de edad, y por tanto no nos extendemos en él por el momento.

- Por muchos años, a las personas que profesaran creencias religiosas no se les permitía estudiar algunas carreras universitarias (por ejemplo: Psicología, Periodismo, Ciencias Políticas).

Podrían citarse muchas más cosas (los invitamos a que compartan con nosotros sus experiencias en este sentido). Quizás el ejemplo más bochornoso y extendido fuera el de marcar a una persona por sus creencias en los expedientes escolares y laborales. ¿Quién no recuerda ese “acápite” que aparecía en estos documentos? En medio de otras preguntas relacionadas con la esfera escolar y/o laboral, aparecía esta coletilla, aparentemente sin sentido o relación con el resto. Era la famosa “mancha en el expediente”, la que definía a uno como un ciudadano de segunda clase, o no confiable, o vaya Ud. a saber cuántos improperios más.

Los tiempos cambiaron, y con el tiempo muchas de estas prácticas se atenuaron o desaparecieron por completo. De repente ser religioso ya no era sinónimo de paria… al menos no en la extensión de años anteriores. En los años 90 y posteriores se respiró incluso un aire de mayor tolerancia (OJO: que no hablamos aquí de la relación Estado-Iglesia, sino de la relación entre ciudadanos comunes y corrientes).

Estamos seguros, porque lo hemos experimentado, que en los corazones de la mayoría de los católicos muchas de estas cosas se han perdonado y olvidado desde una perspectiva reconciliadora. Pero quizás no hemos podido quitarnos todavía esa sensación de ser “peste”, esa “mancha” que nos ha quedado sembrada en lo más profundo del cerebro, como algo que nos marcó y definió por mucho tiempo.

En Cuba, los católicos llevamos este “deshonor” con mucho orgullo (aunque el precio se pagara con sufrimientos y traumas). “Sí, tenemos una mancha en el expediente, somos católicos… ¿y qué?” Era el pensar de muchos en esos tiempos. Y, con valentía, se vivía de acuerdo a esas convicciones.

En la segunda parte de este comentario queremos explorar esta “mancha” desde la perspectiva de los católicos que viven fuera de Cuba.

2 comentarios:

Abby dijo...

Vivíamos convencidos de que nos podían aplastar a cada momento, pero nos esforzábamos por ser mejores estudiantes, mejores trabajadores, mejores personas, y terminábamos siendo, paradójicamente, aquellos en los que los superiores confiaban más, ¿quién no recuerda estas expresiones en boca de algún "pincho": "Oye, ese trabajo tiene que hacerlo fulano, porque él sí que es capaz y honesto y podemos confiar en que lo hará de la mejor manera, los religiosos son los mejores trabajadores"? Anécdotas hay para hacer libros y libros...

Tere y Jose dijo...

Abby, muchas gracias por tus comentarios. ¡Y eres siempre bienvenida a enviar tus anécdotas!