21 de enero de 2013

Compartiendo riquezas: Los Milagros de la Fe

Una costumbre que tenemos en nuestro blog es el compartir riquezas espirituales que hemos recibido de otras personas. Muchas veces son escritos que nos han mandado, otras veces son predicaciones que hemos escuchado en Misas a las que hemos asistido, otras aún son cosas que hemos encontrado en lugares inesperados (Youtube, Yahoo, etc). En realidad en cualquier lugar puede uno encontrar algo que le hable de Dios o que lo invite a ser una persona mejor. Solo hay que mantener los sentidos abiertos a esas posibilidades.

Hoy hemos recibido un correo de nuestro tío Pepe en Miami, el cual es uno de esos mensajes reenviados desde vaya a Ud. a saber quién (queremos decir: es imposible saber quién fue el primero que inició esa cadena de mensajes). Por tanto no podemos reconocer ni agradecer la fuente original del correo, sólo podemos agradecer a Pepe.

De todos modos, el correo lo que hace es presentar una charla del periodista y escritor Español, Jesús García, acerca de la Fe. Charla que reproducimos más abajo, porque nos pareció fantástica. Fantástica en su lenguaje sencillo. Fantástica porque habla grandes verdades con un tono que llega a cualquiera. Sin parecer un elocuente discurso o un ejercicio intelectual. Más bien suena como una conversación de amigo cercano.

Que conste, que nosotros no conocemos a este periodista, ni habíamos leído nada de él hasta ahora. Tampoco conocíamos acerca de la obra que se menciona en su charla: el Cottolengo del Padre Alegre. Una búsqueda rápida en Google nos llevó a este sitio el cual recomendamos encarecidamente que lean, sino tienen mucho tiempo, al menos superficialmente. Vale la pena, porque siempre es importante conocer la vida y obras de otros hermanos que nos han precedido en esta vida. Especialmente si han dedicado su existencia al servicio de los demás. 

Una vez que hayan leído al menos la información básica de lo que es el Cottolengo del Padre Alegre, los invitamos entonces a que se sumerjan en la charla de Jesús García que reproducimos a continuación. Puede parecer un poquito larga (es el equivalente de unas 3 cuartillas), pero vale cada línea que tiene. Si el lector está apurado ahora, aconsejamos que vuelva cuando tenga tiempo (apenas 10 minutos bastarían), para poder leer lo que sigue.

Sugerimos además que se detengan en algunas frases increíbles de esta charla, que llegan al corazón. Si el corazón se deja abierto a la oportunidad de ser tocado por el mensaje, y más allá del mensaje, al Dios mismo que nos habla a través de esta charla.

Cualquier cosa puede ser instrumento de Dios, y servir para acercarnos más a Dios. El que tenga oídos que oiga. Y el que tenga ojos, que lea lo que sigue.

Los Milagros de la Fe
Seminario sobre el Año de la Fe. Cottolengo del Padre Alegre, Diciembre 1, 2012.
Charla de Jesús García

Estaba estos días pensando qué os iba a contar sobre los milagros de la fe, y se me venían a la mente enormes milagros de los que he sido testigo en las vidas de otros, y en ocasiones, en la mía. Milagros de los de libro, de los de dejarte boquiabierto y de los de, sinceramente, no creer.

Sin embargo, teniendo en cuenta el contexto en el que nos encontramos, en este lugar, en este Cottolengo del padre Alegre, he decidido que vamos a hablar de milagros posiblemente menos llamativos para los mass media, y sin embargo, impactantes, definitivos en las vidas de personas concretas, gente anónima para el mundo, pero con un nombre escrito en el corazón de Dios desde la eternidad y para siempre. Nadie es anónimo para Dios, nadie es desconocido. A nadie hay que presentarle ante Dios porque Dios ya nos ha conocido antes que nadie. A veces, hablarle de Dios a alguien, contarle a Dios cómo es su vida o qué le ocurre, es tan audaz como enseñarle a Noe a hacer un barco… lo cual no quita la valía de la audacia de rezar por los demás…

Me invitáis vosotras, hermanas Servidoras de Jesús de este Cottolengo, a hablar sobre los milagros de la fe, y yo os digo. ¿Os habéis mirado al espejo esta mañana? ¿Habéis visto lo que ha sucedido, lo que está sucediendo cada día, en vuestra vida concreta?

Me invitáis vosotros, amigos del Cottolengo, a que yo os hable sobre lo milagros de la fe en esta casa que no es sino otra cosa que un desafío a la razón y al mundo de hoy, un desafío al ateo, al sin fe. ¿Cómo salió adelante este carisma del padre Alegre? ¿Cómo se ha construido esta casita en la que estamos si no ha sido a través de un enorme milagro, compuesto de pequeños milagritos obrados cada día durante décadas? ¿Habéis mirado a vuestro alrededor?

El Milagro del padre Alegre
Os voy a hablar de un pequeño milagro sucedido hace ya más de cien años. En el corazón de un jesuita catalán, surgió la inquietud de fundar una obra en la que personas que necesitaban una ayuda muy concreta y complicada de aportar, fuesen acogidos no solo con profesionalidad, sino con amor, con cariño, con entrega. Yo no sé que le pasaría al padre Alegre por la cabeza aquellos días, meses, años… más aun, que le pasaría cuando veía que sus días se acababan y no vería finalizada su obra. Pero de lo que no tengo ninguna duda es de que aquel corazón, seguramente en ocasiones desbordado por la magnitud de su llamada, ahogado, seguía creyendo en ella. Pero creyendo, ¿cómo? ¿A base de qué?

Este mundo de hoy nos dice que para creer en un proyecto necesitamos un estudio de mercado. Para eso tenemos que contratar a una consultora, un comité de expertos que nos va a cobrar un pastizal por decirnos si nuestro proyecto es viable o no. Durante cuatro o cinco meses van a hacer un sinfín de hojas Excel, informes indescifrables, cuentas a enormes plazos, y finalmente, nos van a decir que nuestro proyecto es viable, siempre y cuando le pidamos un préstamo criminal al banco de turno.

Pero las cuentas de la fe, queridos amigos, son las contrarias. Hoy quiero deciros, y esta casa es ejemplo de ello, que Dios, quien todo lo sabe, no tiene ni idea de matemáticas. Sacaría un cero como una casa de presentarse a uno de nuestros exámenes, porque Dios, que todo lo sabe, suma restando y resta sumando, multiplica por cero dando resultado positivo y divide entre un millón lo que en nuestra mente solo daba para uno.
El padre Alegre creyó en las matemáticas de Dios. Su consultoría fue el Evangelio; su comité de expertos, los Santos; sus cuentas fueron las de los panes y los peces y, sobre todo, tuvo claro que su proyecto no era suyo, sino de Dios. En resumidas cuentas, el padre Alegre solo hizo una cosa bien: Tuvo un poquito de fe.
Me pedís que os hable yo de milagros de la fe, ¿en esta casa? Sois vosotros, todos los que como el padre Alegre os habéis fiado de Dios, que habéis tenido fe, quienes me deberíais contar a mí qué es esto de la fe.
Así se las gasta Dios
Pero lo mejor está por llegar. Veréis. Os voy a contar cómo se las gasta Dios, ese Dios al que no se ve de forma tangible, pero al que se ve en alguna parte de nuestro interior al conocer milagros como el de esta casa y tantos más. Dios se las gasta así. Este milagrazo que es esta casa, es un pequeño milagrito en la obra de Dios. Es uno más de infinidad de ellos. Porque cada uno de nosotros, cada ser humano, es un milagro diseñado con patente de exclusividad por la Amorosa mano de Dios. Cada uno de nosotros es único, e irrepetible. Y no hablo de diferencias como la huella digital o el ADN, que eso, siendo una idea brillante de Dios, no es más que materia finita que con el tiempo dejará de existir. El milagrazo que eres tú es tu esencia inmortal llamada a amar a los de alrededor: tu semejanza con Dios. Para creer esto y vivirlo con alegría, hace falta fe, porque no deja huella como nuestros dedos o nuestro ADN, al menos huella tangible físicamente. La huella que deja nuestra alma en el alma de los demás es eterna. Hacer algo con alguien y veréis la prueba. Si es algo malo, ese recuerdo perdurará durante años condicionando su vida para mal. Si es algo bueno, permanecerá para siempre haciendo su vida más alegre.
Me llamáis para que os hable de los milagros de la fe, y yo os digo que leáis el Evangelio. “Tu fe te ha salvado”. ¿Cuántas veces afirma esto Jesús en el Evangelio? Fijaos la importancia de la fe. La importancia de creer. Jesús no decía, tus buenas obras te han salvado. Ni lo bien que haces las cosas te ha salvado. No decía lo simpático que eres te ha salvado. No. Ha sido tu fe, lo cual es un consuelo para gente tan desastre como yo, quien os confieso que en mi vida acumulo más fracasos que éxitos. Sí, es cierto. A mí vosotros me conocéis por un par de éxitos en mi trabajo, un par de libros en los que el consultor de turno no hubiese creído ni de lejos. Uno de ellos es Medjugorje, un libro cuya temática es tan irracional e insoportable para el racionalista mundo de hoy como que seis chicos de Bosnia y Herzegovina dicen que ven a la Virgen María todos los días de su vida. El otro fue un libro en el que entrevistaba a diez monjas, llamado ¿Qué hace una chica como tú en sitio como este? Esos han sido los éxitos por los que aquí me conocéis, pero os aseguro que muchos más que mis éxitos son mis fracasos. Todos los días fracaso en el amor, todos los días mi voluntad fracasa varias veces. Cada día fracaso en la alegría y en la entrega, cosas que paradójicamente quiero ofrecer y tantas veces no me salen, aunque como san Pablo, lo intento: “Hago lo que no quiero y no hago lo que quiero…”. ¿Pero sabéis la buena noticia cual es? Que en medio mi fracaso, Jesús me sigue diciendo: “Tu fe te ha salvado”.
Como un grano de mostaza
Queridos amigos. No fueron los éxitos del padre Alegre lo que hicieron tangible este milagro, sino su fe. No han sido sus éxitos los que le han llevado al cielo, sino su fe. Y es que en las matemáticas de Dios, el único activo indispensable es la fe, y ojo, no una fe enorme como para construir un Cottolengo. Cristo nos da otra pauta matemática sobre la fe que debemos tener: “Como un granito de mostaza”. Si tuvieses fe como un granito de mostaza…
Os voy a confesar otra cosa. Yo a veces pierdo ese granito. ¡Es tan pequeño! Se cuela por entre los agujeros de mis bolsillos, se me cae por las esquinas de la vida, pero igual que lo pierdo, lo vuelvo a encontrar. ¿Cómo? Mirando, abriendo los ojos a mi alrededor y abriendo los oídos del corazón. Por ejemplo, pensando en este Cottolengo. Cuantas veces, mientras estoy buceando entre mis miserias y miedos, pienso en gente que he conocido en medio de milagros como este -ponerle el nombre que queráis al milagro que sea-, y he dicho: “Dios mío, ¿cuanto puedes hacer con tan poca fe que tenemos?”.
Eso es lo que me he aplicado a mí mismo en las ocasiones que ya conocéis, haciendo los libros citados.
El problema está en que nuestra naturaleza, hecha para la eternidad, con un hambre de eternidad insaciable que ni los milagros que vemos cada día nos calman el interior, está corrompida. Todos nacemos con un ‘defecto de fábrica’ porque el patrón se rompió en su primer eslabón y ya vino torcido para todos. Tranquilos, no es culpa vuestra el pecado original, y gracias a la misericordia de Dios en la persona de Cristo, el estropicio que nuestros padres hicieron ya ha sido pagado. Pero algunas de sus consecuencias las seguimos arrastrando. Y reconozco que ante un nuevo proyecto, la fe se hace pequeñita, mengua. Ahí entran en juego nuestros hermanos.
Año de la Fe
Queridos amigos, este es el Año de la Fe porque el mundo no tiene fe. A mí me parece muy bien que no la tenga quien no haya conocido a Cristo, pero por favor, vosotros, que frecuentáis de una u otra forma entornos como este, milagros con cara, nombre y mirada, tened fe. Tened un poquito de fe y tener la desfachatez de mirarle a la vida con una sonrisa. Sed tan atrevidos de salir a la calle por la mañana sabiendo que uno más grande que vosotros ya ha salido antes que vosotros y ha preparado el camino de vuestro día. Llevad en vuestro rostro, en vuestra mirada, un gesto de Cristo, ya que por Él habéis sido salvados. Llevad en vuestro corazón un fuego incendiario, aunque solo sea una chispa, que pueda arrasar al corazón más congelado. A mí me parece bien que quienes no han visto nunca en su vida a Cristo, no tengan fe, pero vosotros, queridos amigos, miembros de la Iglesia, coged vuestro granito de mostaza que tenéis en el interior y utilizarlo.

Sí, estamos en medio de lobos. Nuestro gran drama es que hemos nacido en una cultura y en una civilización en cuya estructura se ha impregnado el pecado. Los cimientos de nuestro mundo están corrompidos: la Economía de la que vivimos en Occidente es injusta con mas de medio mundo y explota a millones de seres humanos para que nuestra ropa sea mas barata, para que nuestros teléfonos móviles sean más baratos…; Para que nosotros vivamos un poco mejor, muchos viven mucho peor; la Política que gobiernan nuestros países está corrupta hasta el tuétano habiendo dejado de ser servicio al pueblo parea convertirse en un servicio de sí misma; Las leyes por las que nos regimos son homicidas para con los más inocentes en el vientre materno; la Filosofía que navega por todas partes es relativista y abiertamente anticristiana; Todo esto sucede no cerca de nuestra casa, sino en nuestra casa. Todos tenemos ropa tejida por gente explotada en los talleres textiles de Bangladesh, China, Taiwán…; aparatos fabricados con el coltán que los niños menores de 15 años sacan a base de pico y pala por una miseria en las minas de Burundi y Ruanda; ¿Cuántas veces hemos votado a un partido político que, por acción o por omisión, nunca ha hecho por salvar esas vidas más inocentes, y hemos seguidos como si nada.
Sí amigos. Este es nuestro drama. Pero no nos amedrentemos. Tenemos un arma secreta, un as en la manga. La fe. La misma fe que llevó a una mujer cananea, no judía, que le pidió a Jesús las migajas de su compasión, como los perros hambrientos que lamen el suelo bajo la mesa del amo.
La fe que tuvo el centurión, un pagano adorador de Júpiter y Baco, que se supo indigno de la presencia de Jesús en su casa pero no dudó de su poder a la hora de curar a su criado.
La fe de aquella mujer que sufría flujos de sangre, una apestada para el resto del mundo, que a escondidas y sin que se notara tan solo tocó el borde del manto de Jesús.

La fe de la Virgen María, quien soportó en silencio y sin Tepazepan, la humillación, la tortura y el asesinato de su Hijo, Dios hecho hombre en la persona de su pequeño nacido en Belén.
La fe de Cristo, quien agonizando, desangrado, sin aire, antes de morir, y sintiendo como a lo mejor te han sentido tú alguna vez, el abandono de Dios, dijo: “En tus manos encomiendo mi espíritu”, y murió.
Sonríe
Queridos amigos. Ayer leí en Facebook una frase que me ha encantado: “Sonríe. Eso les pone nerviosos”.
Haced lo mismo. Sonreír, no porque la vida os sonría, sino porque ya os ha sonreído. En la persona de Cristo, en la Redención. En la Resurrección.

Queridos amigos. El tiempo se agota. Todos vamos a morir. No se cuando será. No sé si en horas, días, meses o años, pero nuestro tiempo en esta vida se acaba. En nuestra mano está el dejar a los que vienen detrás un mundo mejor o uno peor. El padre Alegre no vio cumplida la obra que Dios le encomendó, pero la dejó preparada. Su único mérito fue que tuvo fe, la fe del que muere en manos de Dios.
Sed atrevidos, sed valientes. Pedid que se os dará. ¡Pedid, que se os va a dar! Pedid con fuerza, cogerle a Cristo por la pechera de la túnica y mirándole a los ojos, gritadle: ¡Ten compasión de mí!
Id ahora al Santísimo y descansad en su poder, en su amor. ¿No veis esta casa del Cottolengo? ¿No veis a Cristo en cada gesto y en cada mirada? Entonces creed, como creyó el Padre Alegre. Si no creéis por vosotros, entonces creed por él.
Esto os lo digo porque sé de quien hablo, porque se de quien me he fiado. Para terminar os pido un favor, y es que cuando a mí se me olvide, me lo recordéis, por favor.
Dios os bendiga
Jesús García.
Periodista y Escritor. 

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