Mientras envejecemos, notamos como vamos perdiendo capacidades físicas -y más tarde mentales... Es parte de la vida, desde que nacemos empezamos a envejecer, y a caminar hacia nuestra muerte física... Temas que a muchos no les gusta conversar o incluso pensar mucho, pero que forman parte indisoluble de nuestras existencias.
Por supuesto, que hay muchas maneras de envejecer. Y también maneras de disminuir el envejecimiento. Ejercicios físicos, dietas, terapias anti-estrés, píldoras "maravillosas", expertos... Algunas de estas prácticas son verdaderamente una ayuda para nuestro cuerpo, otras son puro invento del mercantilismo...
El problema es que la mayoría de las veces ni tiempo tenemos para estas cosas, abrumados como estamos (o como nos sentimos) con las prisas y complicaciones de la vida. Al menos esas son las excusas que usamos, para justificarnos a nosotros mismos que no estamos "en forma", que nos falta el aire si tenemos que correr un poquito, que hemos engordado unos kilos de más, que necesitamos comer aquel dulce...
Pero si fuéramos capaces de perseverar en el esfuerzo de ejercitar más nuestro cuerpo, aunque sólo fuera por unos minutos al día, veríamos tremenda mejora. La diferencia entre estar en forma o no es, al final, un tín de perseverancia y esfuerzo. No se necesitan grandes pasos, en tanto seamos capaces de avanzar un poquito todos (o casi todos) los días.
Igual nos pasa con nuestra vida espiritual. La diferencia entre una mediocre vida de fe y una vida más llena de Dios es pequeña. Si tan sólo nos decidiéramos a esforzarnos un milímetro más...
Y, al igual que con los ejercicios físicos, una vez que uno empieza, se crea como un gusto que motiva a seguir -y a veces a aumentar- el camino. Lo más difícil es el comenzar. Y es difícil porque siempre que se empieza algo, la meta final parece siempre muy alejada del alcance personal. Pero en realidad no debiéramos preocuparnos mucho por la meta final, porque muchas veces no podemos ni controlarla ni saber cuál es el límite de nuestras capacidades.
Y, al igual que con los ejercicios físicos, una vez que uno empieza, se crea como un gusto que motiva a seguir -y a veces a aumentar- el camino. Lo más difícil es el comenzar. Y es difícil porque siempre que se empieza algo, la meta final parece siempre muy alejada del alcance personal. Pero en realidad no debiéramos preocuparnos mucho por la meta final, porque muchas veces no podemos ni controlarla ni saber cuál es el límite de nuestras capacidades.
Nuestra vida es un eterno caminar, y sobre la marcha nuestras cualidades físicas y mentales se deteriorarán. Pero nuestra alma, nuestro espíritu, es inmortal y no se rige por las limitaciones que controlan el mundo físico. Sin embargo, al igual que nuestro cuerpo, nuestro espíritu necesita de ejercicios para mantenerse en forma.
Un mensaje común para tratar de animar a las personas perezosas es decirle: "Levántate del sofá, apaga el televisor y comienza a ejercitarte". Similar mensaje debiéramos decirnos a nosotros mismos, pensando en nuestra alma: "Levántate del sofá, detén las distracciones que te impiden acercarte más a Dios, y ponte a rezar".
Cualquier día es el Día Uno de ejercicios para el alma. ¡Adelante y a ejercitarnos!
1 comentario:
¡Qué bien encontrar este nuevo tema hoy! Por varias razones había dejado de revisar el blog, y hoy, al hacerlo, temía que no hubiera nada nuevo, ¡qué linda sorpresa! y es muy a propósito el tema, porque hay que rescatar el valor de los pequeños pasos, de las pequeñas oraciones, de las pequeñas obras, pequeños pero constantes, he ahí la clave, esa perseverancia es la que nos lleva de la mano hacia lo profundo, hacia Dios. ¡Gracias!
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