En la primera parte de una serie sobre la Pastoral Juvenil (PJ) en Cuba, a manera de introducción, recorrimos algunas condiciones políticas, sociales y económicas que han marcado a los jóvenes del país durante el último cuarto de siglo. Ahora nos enfocaremos en los desafíos eclesiales del trabajo con la PJ. En futuras entregas comentaremos sobre experiencias personales del trabajo con los jóvenes.
Queremos aclarar que los datos que siguen se basan en la experiencia de Jose con la PJ de Manzanillo entre 1993 y 2005 (y en menor medida también en su participación con el equipo diocesano por esas mismas fechas). Obviamente esto no representa la realidad nacional, ni tampoco abarca lo sucedido en los últimos 6 años en Cuba. Por tanto, algunas situaciones pueden estar desactualizadas o superadas. Pero quizás parte de las ideas expresadas tienen validez todavía. Juzguen por Uds. mismos.
En los grupos de PJ apenas 20% de los jóvenes venía a la Iglesia desde pequeño, y más de dos tercios comenzaron a asistir en los últimos 5–10 años. Un alto porcentaje proviene de hogares divididos, con padres divorciados, y la mayoría de sus familias no asiste a la Iglesia. Tres de cada cuatro han experimentado estar becados de una u otra forma. Un tercio ha cursado estudios universitarios (probablemente en la actualidad la proporción sea mayor a raíz de la “universalización de la enseñanza” de los últimos años). Muchos tienen familiares o amigos en el extranjero, y la mayoría quiere irse del país, por cualquier vía posible. La proporción de jóvenes sin estudiar ni trabajar oscila entre 20-30 %; aunque esto es muy dinámico, porque constantemente hay quienes consiguen un trabajo o estudio, y otros que pierden o abandonan lo que tenían.
La mayoría asisten a misa dominical, aunque no prestan mucha atención y es poco probable que VIVAN la Eucaristía (para ser justos: sería interesante analizar qué proporción de adultos hace lo mismo en nuestras Iglesias, a lo mejor en esto son iguales a los jóvenes). Menos de un 20 % está comprometido con alguna pastoral (en su mayoría catequesis de niños y adolescentes, y misioneros), aunque muchos muestran disposición por ayudar en algo. Respecto a sus conocimientos eclesiales, más del 80 % no sabe lo que fue el ENEC, y no ha leído nunca “El amor todo lo espera” ni ningún otro documento episcopal cubano importante. La mayoría conoció del mensaje que Juan Pablo II dejó a los jóvenes (básicamente porque en esa época se realizaron muchos encuentros sobre la visita papal a Cuba), pero probablemente pocos recuerden de qué trataba. En general hay un grado significativo de desconocimiento sobre la historia más reciente de la Iglesia (¡esa historia que coincide con sus años de vida!). Las nociones sobre Catequesis, Moral Cristiana, Biblia (por no hablar de Teología, Filosofía, Doctrina Social, etc.) son rudimentarias, cuando no erróneas.
Al analizar el trabajo de la PJ en su conjunto es evidente el gran avance que ha experimentado en los últimos años. Una mirada atrás (del ENEC hacia acá) habla por sí sola del interés, esfuerzo, recursos y amor que se han invertido con entusiasmo y entrega por y para los jóvenes. La PJ está organizada y estructurada en el ámbito nacional, con objetivos, metas y propósitos claramente definidos. Existen valiosos materiales disponibles (escritos y audiovisuales), algunos elaborados en Cuba y con lenguaje apropiado a nuestro contexto. Hay muy buenos sacerdotes y monjas trabajando en o para la PJ, algunos de notables talentos y capacidades. Igualmente hay numerosos laicos y jóvenes comprometidos de lleno como animadores de la PJ.
También se reconoce en las parroquias que la PJ es importante. Los jóvenes son el futuro de la Iglesia, y la Iglesia del futuro. Sin embargo, muchos consideran la PJ como algo de no mucho éxito, quizás porque “no se palpan” resultados a corto o mediano plazos. Se invierten muchos recursos humanos y materiales, se trabaja duro, pero muchas veces los jóvenes no responden como se esperaría. La proporción que persevera entre el total que se acerca a la PJ es baja y aún ésos que permanecen no necesariamente se comprometen activamente en la comunidad.
Sin embargo, sólo Dios sabe cuánto bien ha hecho la PJ en Cuba. Sólo Él sabe lo que queda en el corazón de cada uno de esos jóvenes que pasan por la PJ y siguen de largo. Nosotros somos sólo sembradores, y a Dios corresponde decidir dónde, cuándo y cómo germinarán las semillas, y quiénes recogerán sus frutos. En el campo espiritual es inapropiada cualquier comparación que evalúe solamente desde una perspectiva de “esfuerzos–resultados”. Pero, claramente, hay siempre aspectos a mejorar. Lo que sigue es una valoración crítica de qué pudiera cambiarse en la PJ en Cuba.
Aunque la PJ está bien organizada a niveles “supracomunitarios” (vicarial, diocesana, nacionalmente), quizás se descuida algo el nivel más importante: la base. Poco importa cuán brillantemente formulados estén objetivos y metas; cuán excepcionales sean los asesores; cuántas reuniones organizativas preparen los equipos directivos... Al joven “de a pie” no le importa tanto saber cuál es el obispo asesor nacional de la PJ o quién es el sacerdote encargado en la diócesis. Más bien le importa que sus asesores y animadores comunitarios estén cercanos física y sentimentalmente; que les pueda confiar los problemas que le agobian y que pueda encontrar respuestas que le ayuden en su vida; que se sienta querido y acogido en el grupo.
Otro aspecto vital es la formación que se les brinda en la Iglesia. Los jóvenes actuales han vivido en un entorno cambiante, donde lo que era malo ayer, hoy es bueno (y mañana ¿quién sabe?). Muchos fueron arrancados de sus hogares a edades tempranas y crecieron lejos, entre valores morales cuestionables. Desarraigados, decepcionados, incrédulos hacia el futuro, que parece incierto; con poca o errónea cultura religiosa; indisciplinados, mal educados, sin hábito de escuchar al que habla...
Desgraciadamente muchas veces estas realidades no se toman en cuenta plenamente al preparar los encuentros. Es necesario “bajar” para escuchar sus criterios, vivencias, angustias y desafíos. Y explicar las posiciones de la Iglesia desde una óptica “no condenatoria”, ofrecer el mensaje enriquecedor de Jesucristo adecuado al contexto que ellos viven. Es crítico proporcionarles opciones y modelos reales, concretos, creíbles, para vivir como cristianos en el mundo actual. Cuando se descuida la manera de dirigirse a los jóvenes, puede suceder que ellos se distancien de la Iglesia.
Igualmente imprescindible es tratar de vincular al joven con algún compromiso comunitario, para que pueda EXPERIMENTAR (y no solamente CONOCER) el cambio de vida que necesita toda conversión y camino hacia la fe en Jesús. Es verdad que lo jóvenes suelen ser inconstantes en sus responsabilidades, cuando no se niegan a asumirlas. Pero esto no nos exime de seguir proporcionándoles opciones. En este sentido sería muy útil que otras pastorales se volcaran más hacia la PJ, un tema sin dudas polémico. Sin embargo, muchas pastorales tienen bastante campo para los jóvenes. Y la experiencia demuestra que cada vez que se vinculan, hay beneficios mutuos y un mayor sentimiento de comunidad en la Iglesia. Además de la ganancia que supone contar su entusiasmo, energía y entrega.
El tema “vocacional” entre los jóvenes se ha tocado siempre de forma deficiente en la PJ, y lo poco que se habla se enfoca solamente a la opción para la vida religiosa. Esto se traduce a la “captación de jóvenes prospectos”, que se preparan en especiales encuentros y retiros “vocacionales”. El trato no cuidadoso de esta realidad lleva a cierto distanciamiento entre éstos “vocacionables” (como se les llama) y los demás jóvenes, con consecuencias no siempre favorables. Preparar para el matrimonio (o para vivir un noviazgo, o para discernir qué carrera o estudio seguir en el futuro) son también temas “vocacionales”, aunque la preparación para este tipo de vocación usualmente se descuida o en el peor de los casos se ignora. En este sentido la Pastoral Familiar, en conjunto con la PJ, podría ocuparse un poco más del seguimiento, formación y preparación de los novios; y, además, utilizar la no despreciable fuerza del ejemplo de amor y entrega que proporcionan nuestros matrimonios y familias cristianas. Porque pretender que nuestros jóvenes vivan noviazgos serios, constituyan en el futuro matrimonios ejemplares, se sientan realizados profesionalmente en sus trabajos, etc., sin darles ninguna preparación ni acompañamiento previo, es ingenuo.
Otro punto vital, increíblemente descuidado muchas veces, es la vida espiritual de los jóvenes. ¿Cómo pretender que cambien sus vidas (actitudes y comportamientos) si no se les ofrecen suficientes espacios para el desarrollo de su espiritualidad? ¿Cuándo INTERIORIZAREMOS (y actuaremos en consecuencia) de que sólo la EXPERIENCIA de una relación profunda con Jesús es la que puede TRANSFORMAR las vidas de las personas, y no la cantidad de actividades que seamos capaces de realizar? Este descuido se palpa en la falta de promoción de momentos para la vivencia personal, íntima y vivificante de Dios (sea un grupo de oración, rezo del Rosario antes de la Misa, visitas al Santísimo, invitación a la oración en la vida diaria, fomento de cualquier devoción, retiros, celebraciones penitenciales, etc.). Recordemos que nadie aprende solo. Hay que aumentar cuantitativa y cualitativamente los momentos que se dedican a la oración en la PJ, especialmente la oración personal.
También es importante la frecuencia con que los jóvenes se encuentran en la Iglesia (usualmente una vez por semana, más la misa dominical). Es muy difícil que alguien pueda influir en la vida de alguien si sólo los ve un par de horas a la semana. Las buenas, al igual que las malas influencias son, sobre todo, cuestión de tiempo. Aunque es muy difícil preparar más de un encuentro formativo semanal, no lo es tanto el promover que los jóvenes frecuenten más la Iglesia como grupo. Puede ser para jugar, escuchar música, ver videos, conversar. Que el encontrarse en la Iglesia con cualquier pretexto sea algo que motive, impulse y anime a la PJ. Esto también es formación, y es promover otras influencias además de las de la calle. Aún mejor sería lograr que los propios jóvenes sean los responsables de estos encuentros, si se logra interesarlos en los mismos y crearles un sentido de pertenencia a la Iglesia como grupo, ya se estará caminando seria y positivamente en el mejoramiento de la PJ.
En cuanto a la participación de los sacerdotes, es útil destacar que ni el trabajo de laicos o religiosas, aún siendo ejemplos de entrega y dedicación, puede suplir su labor. A veces parece que con tanto trabajo pastoral y tantos desafíos apremiantes, los sacerdotes se ven agobiados y sin tanto tiempo disponible para los jóvenes como antes. Y que conste que no es lo mismo “estar cerca de la PJ” a “estar cerca de los jóvenes”. Vienen a la mente San Juan Bosco y el Padre Félix Varela. En una época en que la juventud corría grave peligro, Don Bosco fue especialmente sensible a su situación y les consagró su vida y muchos talentos; no en balde Juan Pablo II lo nombró “Padre y Maestro de la Juventud”. El Padre Varela también dedicó grandes esfuerzos a formar y acompañar los jóvenes de su época; y después, lejos de Cuba (y de sus jóvenes) se lamentaba con una frase llena de hondo cariño y profunda confianza: ”...diles que ellos son la dulce esperanza de la Patria...”
Precisamente porque son la esperanza de la Patria y de la Iglesia deberíamos dedicarles más tiempo y corazón a los jóvenes. Ojalá y no sea demasiado tarde.