6 de noviembre de 2012

Vivencias de un Pastor en medio del sufrimiento de su pueblo. Primera Parte

Reproducimos aquí, en dos partes, las impresiones de Monseñor Emilio Aranguren, obispo de la diócesis de Holguín, en Cuba, acerca del paso del huracán Sandy. El escrito no necesita comentarios nuestros, juzgue el lector por sí mismo:
 
27 de octubre de 2012

en el 520º aniversario de la llegada de Colón a Puerto Bariay (Holguín)

y que dijera: “esta es la tierra más hermosa que ojos humanos han visto”.
Es de madrugada y comienzo a teclear, tal como había pensado y prometido a varios. Muevo los dedos, sigo con la mirada en la pantalla de la computadora el avanzar de las líneas, pero lo que escribo no proviene de la mente, sino del corazón y, del corazón de un cubano al que Dios ha llamado a ser pastor de su pueblo.

El jueves, muy temprano, salí con Manolo Arce (chofer) en la camioneta y trazamos el plan a seguir. Primero sería visitar San Germán, Cueto, Báguanos, Tacajó, Antilla y Banes. De esa forma, al día siguiente (viernes) visitaría a Mayarí con Guaro y Preston, Nicaro, Cayo Mambí y Sagua de Tánamo.

Ayer, mi compañero no fue Manolo, sino un sacerdote, por eso, de madrugada decidimos ir directo hasta el extremo y regresar haciendo las paradas ya previstas y, posteriormente, continuar a Santiago de Cuba y al Cobre.

Aunque después comente de este recorrido en territorio holguinero, permítanme detallar el final con dos signos elocuentes que considero Dios nos los regaló al cura acompañante y a mí para invitarnos a “levantar la mirada” y, dentro de ese clima de contemplación, escuchar la llamada de Dios, casi al acostarme, de ir a la Sagrada Escritura y leer el comienzo del Deuteroisaías en 40,1: “Consolad, consolad a mi pueblo”1.
Ya de regreso, después de salir lentamente de Santiago de Cuba, en medio de ramas de árboles y cables eléctricos y telefónicos caídos en las vías, llegamos al Santuario cerca de las 4 de la tarde. El templo cerrado y a oscuras. Sobre el altar principal cuatro velas encendidas que iluminaban la custodia que exponía al Santísimo Sacramento. Genuflexión doble, como me enseñaron de niño y balbucear: ¡Viva Jesús Sacramentado, viva y por siempre sea Amado! Sentados a ambos lados del presbiterio los PP. Geño y Leandro, cinco Misioneras de la Caridad y dos Hermanas Sociales, junto a dos laicas guardianas del Santuario completábamos el número de once que rezamos el Rosario y recibimos la bendición. Arriba, como guardiana en la penumbra, la imagen de la Madre de los cubanos que, en toda la parte oriental de la isla, sufrían y lloraban lo sucedido a consecuencias de la violencia del huracán Sandy.

Al rezar el Gloria al Padre, como final de cada Misterio del Rosario, en mi interior añadía lo de siempre: “María, Madre de gracia, Madre de misericordia, en la vida y en la muerte ampáranos, gran Señora”. Así recordaba a los once fallecidos cuyos nombres habían sido publicados en el periódico del día (dos de ellos –ya ancianos– eran vecinos del Arzobispado y los encontraron al amanecer al caerles arriba, mientras dormían, la pared del vecino que se derrumbó).

Pasamos por Palma Soriano y saludamos a uno de los sacerdotes, joven cubano recién ordenado, quien terminaba de clavar las planchas de zinc que se habían desprendido del techo. Y seguimos en medio de una pertinaz llovizna. Llegando a Marcané, el sacerdote que iba manejando me dijo señalando hacia la derecha: “Mire para allá … el arco iris”. Se divisaban con claridad todos sus colores que, tal parecía, que el Creador había hecho clic sobre el recuadro de “H” para fortalecer los tonos. Casi al momento pasamos por Barajagua y sonreímos al ver la imagen de la Virgen que había quedado intacta y recordar lo que el jueves, durante mi visita, me había dicho una señora. Poco después, llegando a Holguín, nuevamente el arco iris.

Con la experiencia de los dos días y, de manera especial, con el recuerdo de once hombres y mujeres de rodillas en adoración al Santísimo, en medio de un Santuario semioscuro, capaces de levantar la mirada para cantarle a la Madre: “a los pies de la Virgen traigo mis penas” y, después cuestionarme frente al signo del arco iris en el horizonte, Dios –Padre, siempre Bueno– hizo que me preguntara en mi interior: “¿y cuándo termina tanta aflicción?”. Fue Él mismo quien me recordó: “Consuelen, consuelen a mi pueblo”, cuando quedando atrás la etapa del primer-Isaías y comenzaba, una nueva, la del discípulo, la del segundo-Isaías.

Hoy, muy temprano, recé con la ayuda de los comentarios del libro citado. Tengo paz y confianza en mi interior y, de manera especial, amor por los míos… los que Dios me dio para que pastoreara en su Nombre.     [Continuará]

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