1 de marzo de 2012

LA COMUNIÓN DE LOS SANTOS

Tengo especial recuerdo de dos ocasiones en las que experimenté “la Comunión de los Santos” de manera particular.

La primera fue cuando el nacimiento de nuestra hija Ana. Tere había tenido un embarazo algo complicado, con una pre-eclampsia alrededor del séptimo mes, así que los médicos decidieron adelantar las cosas un par de semanas antes de lo previsto. El 27 de Abril de 2000 a las 7 de la mañana ingresó Tere al salón de partos del hospital materno de Manzanillo, sabiendo todos que sería un largo día. Por esas cosas de algunos lugares que no vale la pena detallar, a mi no me permitieron estar con ella en esos momentos. Así que me senté en una sala de espera del hospital tratando de no preocuparme demasiado y de tener paciencia –algo casi imposible. Durante esas largas horas supe a intervalos de lo que pasaba gracias a amigos que estaban dentro, en especial Luguita, que se portó como una madre y acompañó a Tere en todo el proceso. Como a las 6 de la tarde regresé a la casa a comer algo y de paso aproveché para “actualizar” a familiares y amigos que también estaban preocupados y esperando por el desenlace de la jornada. Entre las personas con las que me comuniqué en esos momentos estaban las monjas salesianas de la parroquia, también muy cercanas a nosotros.

A comienzos de la noche Ana empezó a asomar su cabeza, pero extrañamente se resistía a salir y se escondía de nuevo en el útero. Por varias veces se repitió esta situación hasta que los médicos finalmente decidieron practicar la cesárea, al ver que eran cerca de las 10 de la noche, y habían pasado casi 15 horas de sufrimiento para Tere (y Ana). Aproximadamente en esos mismos momentos, en la parroquia transcurría la misa semanal de 8.15 pm y, al terminar la liturgia, las monjas pidieron a la comunidad que rezaran por Tere y por su bebé para que pronto terminara todo, y para que las dos salieran bien. Yo no estaba en la Iglesia, pues había regresado al hospital directamente desde la casa.

Mientras los médicos operaban, la comunidad rezaba por Tere… Pero ni en el hospital ni en la iglesia se sabía en esos momentos lo que pasaba en el otro lugar (excepto Dios). Cuando finalmente Ana emergió al mundo, descubrieron que tenía el cordón umbilical enlazado en su cuellito. Si hubieran seguido insistiendo con el parto natural lo más seguro es que Ana hubiera muerto asfixiada.

La sincronía de estos eventos pudiera explicarse como una coincidencia, pero para mí estuvo clarísimo que la comunidad entera rezando por Tere fue la que propició toda la decisión final, y su intercesión salvó la vida de Ana. Como para reforzar este convencimiento, las monjas se aparecieron en el hospital al terminar de rezar en la Iglesia, y en esos mismos momentos Tere y Ana salían del salón de operaciones. Fue entonces cuando yo pude “atar todos los cabos” de esta historia. Y fue en ese mismo momento que pude ver a Ana por primera vez. Allí, junto a Sor Rocío, Sor Enrika y Bertica García, que habían estado rezando por nosotros junto con toda la comunidad. Y allí, para mi quedó clarísimo lo que era la Comunión de los Santos, no en la teoría, sino en la práctica. ¡Qué clase de bendición recibimos aquella noche, sin siquiera estar conscientes de ello!


La segunda ocasión sucedió con la muerte de papi, el 9 de Julio de 2002. La noche anterior, justo antes de comer, papi salió por un instante a casa de un amigo a recoger un correo electrónico que mi hermano Julio había mandado desde Italia (en aquellos tiempos la mayoría de los cubanos no tenían acceso a e-mail, y recurrían a amigos que tenían esa posibilidad. Algo que todavía hoy no ha cambiado mucho, desgraciadamente… pero tampoco vale la pena detenerse en estas miserias por el momento). Mami le había dicho a papi que no se demorara, que ya iba a servir la comida… pero aquella cena no estaba destinada para él. De casa del amigo recibimos una llamada que papi había tenido un infarto, y cuando llegamos allí, casi al mismo tiempo que la ambulancia, le repitió otro ataque que duró como 45 minutos. Eran alrededor de las 9 de la noche cuando los paramédicos finalmente lograron sacarlo del paro cardio-respiratorio, pero papi estaba en un coma del que nunca saldría, y moriría alrededor de las 6 de la mañana del siguiente día, unas 9 horas después del primer ataque.

La tragedia fue totalmente inesperada, y nos cogió a todos de sorpresa. En esa larga noche tratamos de prepararnos para lo que se nos venía encima. Pero claro que para estos acontecimientos no hay preparación posible. Te toman de sorpresa y te desgarran como persona. En especial a mami, pero también a todos los que tratábamos de encontrar un sentido a la situación. En realidad, no hay “sentido” para estas situaciones, al menos no desde una perspectiva exclusivamente humana. La razón sólo la sabe Dios y estamos seguros en lo profundo de nuestros corazones que era el momento de partir para papi. Como igual nos llegará a todos algún día no tan lejano…

En esos momentos de desespero y dolor inmensos, muchísimos hermanos de la comunidad del Carmen estuvieron con nosotros. En los trámites y burocracias que llevan estos procesos –especialmente en algunos lugares… En el cariño y las palabras de apoyo. Pero, sobre todo, en estar con nosotros en cuerpo, mente y oración. Nuestro hermano Julio, que como seminarista estaba concluyendo sus estudios en Europa, regresó para el entierro, pero le tomó 3 días llegar a Santa Clara. Mientras él llegaba, velamos el cuerpo de papi en la Iglesia. Por dos noches permaneció papi en el templo que lo vio crecer. En la parroquia donde dedicó tantos años de su vida y donde dio tanto como católico ejemplar. Y allí, junto a nosotros, llorando, rezando y acompañándonos en esos momentos de “calvario”, estuvieron muchos miembros de la comunidad –al igual que otros amigos y compañeros de trabajo y del barrio. Allí, de nuevo, la Comunión de los Santos, de manera práctica. De alguna forma misteriosa eso nos confortaba, como algo especial, aún cuando dolía –y todavía duele- la pérdida de papi. Pero igual recibimos esa bendición inesperada por parte de la parroquia.

A partir de ese momento pude interiorizar mejor lo que significa la comunión de los santos desde una perspectiva NO terrenal. Papi ya no estaba, ni estaría nunca más, con nosotros en esta vida. Pero nos estaba y está esperando en la otra VIDA, la que nunca terminará porque estará llena de Dios. Y llena de tantas hermanas y hermanos, conocidos y desconocidos, que nos han precedido en ese camino. La completa y plena Comunión de los Santos, a la que todos estamos llamados.

Tengo otros recuerdos de momentos en que experimenté la Comunión de los Santos. Y espero escribir de ellos en el futuro, quizás en este mismo blog. Pero estos dos ejemplos fueron importantes en mi vida personal y por eso los comparto ahora. Y es curioso, ahora que lo pienso, el primero correspondió con la llegada de un nuevo ser humano a este mundo, y el segundo fue la partida de otro hacia las moradas eternas. Principio y fin de dos vidas. Reminiscencia de Dios, que es Alfa y Omega, infinitud y eternidad…

Pero ambas historias comparten la presencia de otras personas que se involucraron activamente en estas vivencias, en total comunión. En la Comunión de los Santos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Es la vida, esta vida tan bella, este don tan maravilloso que Dios nos ha dado! Ambos hechos carecerán de importancia para muchos, pero para la familia son realmente acontecimientos importantísimos. Compartirlo en el blog es muy alentador. ¡Gracias!

Tere y Jose dijo...

Muchas gracias, Anónimo, por tu hermoso comentario. Cada vez que nos decidimos a escribir sobre algo personal nos asalta la duda de si es lo correcto o no. Porque no queremos usar el blog para nuestra promoción personal, y de hecho no nos gusta comentar sobre nuestras vidas. Pero lo hacemos por si de algo le sirve a otra persona, ésa es la única motivación. Es un equilibrio difícil de lograr y es un aprendizaje que nunca se termina... Un abrazo