20 de marzo de 2012

DICHOSO EL MENSAJERO... Y LOS QUE RECIBEN SU MENSAJE

En los próximos días el Papa Benedicto XVI visitará México y Cuba. Una visita esperada y querida, que esperamos traiga buenas cosas para ambos países. Nuestros mayores deseos son que el ciudadano común, ése que dondequiera (no sólo en México o en Cuba) es pisoteado y dejado atrás, pueda aprovechar esta visita. Que pueda llenarse de buenos sentimientos, y encuentre inspiración y apoyo para seguir con su vida. También, idealmente, que pueda crecer en su fe personal y acercarse más a Dios. Desde nuestra perspectiva y opinión personales, lo más importante en estas visitas a veces se diluye en medio de otras “distracciones” (cobertura de la prensa y “especialistas”, logística, espectáculos artísticos, etc.). No es que esas cosas sean malas o innecesarias, es sólo que los humanos muchas veces tendemos a perder de vista el núcleo de los acontecimientos. Y, en cualquier visita del Papa, lo más importante es que el vicario de Cristo en este mundo estará compartiendo con estos países el mensaje del Evangelio –que siempre es nuevo y siempre es válido. La presencia del Papa es como un reforzamiento del Amor de Dios, ése que se nos olvida a veces en medio de los problemas cotidianos y las prisas de la vida. Es una oportunidad única de recargar las baterías espirituales. Este debería ser el principal motivo de celebración para los católicos (y no católicos), cubanos, mexicanos y de cualquier otro lugar. O al menos eso pensamos nosotros.

En varias ocasiones pensamos asistir a las celebraciones que se realizarán en Cuba. Incluso familia y amigos nos sugirieron la posibilidad e invitaron con los brazos y los corazones abiertos. ¿Acaso no es ésta una oportunidad magnífica de visitar nuestra patria, de compartir con tantos hermanas y hermanos con los que vivimos muchos momentos dentro de la Iglesia?

Ciertamente la oportunidad es única, y la invitación tentadora (en el buen sentido de la palabra). Por varias veces le dimos la vuelta en nuestras cabezas… pero lamentablemente no podemos ir. Como a muchos compatriotas viviendo fuera de la isla, la principal dificultad radica en los costos asociados a una visita como esa. Y además se suman las complicaciones de trabajo y otros enredos de la vida. En resumen: nos es imposible, y con dolor tuvimos que dejar esta idea para momentos futuros. Quizás más adelante, el año que viene, quién sabe…


Claro, estamos conscientes de que nos perderemos un acontecimiento fantástico, en el que hubiéramos querido estar presentes sin ninguna duda. Al menos nos servirá para unirnos a tantos otros hermanos y hermanas que también hubieran querido asistir y, al igual que nosotros, no podrán. Nos unimos a todos ellos en esta solidaridad desde la impotencia y la frustración de no poder hacer lo que quisiéramos. Hay muchas cosas en la vida que se nos harán inalcanzables, como a todos los demás. Así que no es una tragedia ni mucho menos, sólo una oportunidad de crecimiento y de valorar otras cosas que Dios nos ha regalado –al igual que a cualquiera que esté leyendo este escrito ahora mismo: los invitamos que cuenten sus bendiciones en vez de enfocarse en las cosas que no salieron como hubiéramos querido.

Mientras tanto, nos contentamos con recordar nuestras experiencias durante la visita del Papa anterior a Cuba, en Enero de 1998. En esa ocasión sí pudimos disfrutar de tan grande y esperanzador evento; y esos días están bien guardados en nuestros corazones –como estamos seguros que es el caso para muchos otros cubanos y visitantes de aquel momento. En nuestro blog hemos escrito anteriormente sobre algunas de nuestras experiencias durante la  visita de Juan Pablo II, pero siempre hay más historias que compartir. O revivir. Para disfrutarlas de nuevo.

Recordamos especialmente la noche en que explicaron en nuestra comunidad de Manzanillo algunas ideas de cómo sería la misa en Santiago de Cuba. Fue un sábado por la noche, a fines de 1997, durante una visita de Monseñor Dionisio García, que apenas unos meses atrás se había estrenado como primer obispo de la recién creada diócesis del Santísimo Salvador de Bayamo-Manzanillo. Antes de ser elegido obispo, Dionisio había sido el párroco de Manzanillo, y por tanto era una figura bien conocida en la comunidad. En fin, ésa noche, al terminar la misa, Dionisio mencionó algunos datos organizativos, explicó aspectos logísticos para todos los que pensamos peregrinar a la ciudad de Santiago, y otros detalles que se preveían en aquel momento. Entre las cosas que mencionó fue la canción elegida como entrada del Papa y comienzo para la Misa. La canción se titulaba “Dichoso el Mensajero”, compuesta por el sacerdote cubano y notable músico Jorge Catasús. El padre Catasús también era una persona querida y conocida por muchos fieles que estábamos allí esa noche, y la canción era una que habíamos escuchado en otras ocasiones. Pero aquella noche, cuando cantamos un par de estrofas, nos llenó de momento el significado que tomaría esa melodía cuando se cantara por y con el Papa. Fue como pasar a otra dimensión. La canción al mensajero dichoso que traía la Paz y la Buena Nueva, tomaba ahora tonos personales. Porque ese mensajero sería Juan Pablo II, una figura extraordinaria y querida por muchos, que llegaba a Cuba como un soplo de esperanza y aliento a todos los católicos (y no católicos) cubanos. La música tomó otras connotaciones y nos emocionó a todos. Yo recuerdo que esa noche comenté con amigos de la parroquia: “incluso hoy me sentí emocionado, nada más que de imaginar cómo será la experiencia”. El escuchar la melodía fue como un atisbo del futuro, de lo que vendría aquella mañana de Enero en la plaza Antonio Maceo.

Por supuesto, que cuando llegó el momento la emoción fue todavía mucho mayor. Y fue una emoción compartida por MUCHOS aquel día. El Mensajero de verdad que nos anunció y trajo Paz a nuestros corazones. Y al menos por unos días fue como un aire de bendición que barrió a toda la isla… hasta que desgraciadamente las cosas volvieron al status quo anterior – a esa “normalidad” cubana que nada de normal tenía o tiene. Pero nadie podía ni podrá quitarnos lo que vivimos en esos días. En la vida real no sólo el mensajero fue “dichoso” (como dice la canción), sino que TODOS los que pudimos compartir esa experiencia fuimos dichosos. Parafraseando la letra, se podría decir que fue “Dichoso el Mensajero y los que recibieron su Mensaje”.

Pasó el tiempo, y hoy han pasado 14 años de aquel momento. Pero aún la canción evoca en nuestros corazones la misma emoción. La tenemos guardada, junto con los “recuerdos” de aquellos días (como los solapines de identificación y los cantorales que nos dieron para la misa, fotos, etc). La tenemos en formato digital. Y la tenemos en el corazón. Dichoso el Mensajero…

Por eso, cuando pensamos en lo que sucederá en los próximos días en Cuba y en México, nos imaginamos y deseamos que suceda algo semejante. Los tiempos son distintos, el pontífice es distinto, la historia que rodea la visita es diferente. Pero el Mensajero sigue representando lo mismo. Y los que lo escuchan siguen siendo dichosos. Es la Universalidad de la Iglesia y de su mensaje, que nunca pasa o caduca.

Desde aquí, donde lo más que podremos hacer será ver pedazos de las ceremonias por TV o Internet, les deseamos a todos los que asistan que experimenten esta BENDICiÓN. La bendición de recibir al Mensajero de la Paz, del Amor, de Dios.

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