23 de octubre de 2011

LA PARROQUIA COMO CASA Y LUGAR DE ENCUENTRO. PRIMERA PARTE

La noche del martes pasado acompañé a Tere a una reunión en la Iglesia. La comunidad se preparaba para su feria de otoño (evento anual para recaudar fondos para la parroquia) y Tere era una de las responsables del evento. Era una simple reunión de coordinación, pero al entrar a la casa parroquial recordé de repente similares situaciones en Cuba. En la biblioteca de la parroquia había un grupo de personas atendiendo un curso de Biblia. En otro salón había un grupo diferente reunido (no sé exactamente para qué). Finalmente, en el salón del sótano estaban los encargados de la feria otoñal.

Como mi presencia era secundaria (Tere era la responsable de una de las áreas de la feria, yo nada más sería voluntario) por un momento dejé mi mente correr al pasado recordando otras noches de reuniones en la Iglesia a mitad de semana. En Cuba, a pesar de tantas carencias y otras dificultades de la vida (raramente encontradas fuera de la isla), no existe tanta presión con el uso del tiempo, ni tanta prisa como en muchos otros lugares de la sociedad occidental de nuestros días. Entonces (NOTA: Hablo hasta el año 2006, cuando vivíamos allá, después de esa fecha probablemente las cosas se mantienen más o menos igual, pero no nos consta personalmente) era común encontrarse por diversos motivos en la parroquia durante las noches “entre semana”, como las llamábamos. Lo mismo era para un curso de formación, un encuentro de oración, la reunión semanal/quincenal/mensual de algún grupo, el Consejo Parroquial… o sencillamente para compartir tiempo juntos en la Casa Común. No era raro que entre Lunes y Viernes tuviéramos 2-3 de estas noches, prácticamente todas las semanas del año. Si a esto se añadía la misa dominical (cuando no otras misas), uno podía decir que la Iglesia, después de la casa y el centro de trabajo, era el lugar más común en nuestras vidas. Tanto en sentido metafórico como literal, la parroquia era un verdadero Hogar para todos nosotros  



Pero entonces vino a mi mente otro pensamiento, esta vez no tan agradable. En los 5 años y medio que llevamos nosotros en Canadá, podía contar con los dedos de una mano las veces que asistimos a encuentros similares “entre semana” en alguna parroquia de Ottawa. Tan pocos, que éste se sentía casi como una nueva experiencia, como algo que habíamos vivido raras veces. ¿Qué nos había pasado?

Bueno, el ser humano siempre encuentra justificaciones para todo, incluso justificaciones válidas. Podría decir que hasta hace un año no teníamos carro, y por tanto se nos dificultaba mucho el movernos (Ottawa es una ciudad grande en cuanto a extensión territorial, aunque “sólo” tiene 900,000 habitantes). También es verdad que para los recién inmigrantes hay siempre mil preocupaciones y enredos que resolver en el día a día, y a veces sencillamente no hay ni tiempo ni energía para añadir más cosas a la rutina cotidiana. Viviendo en Canadá, siempre puede uno justificarse de cualquier cosa con el clima, el frío y el invierno, que son “excusa universal” aquí –porque son realidad muchos meses del año.

Podría también “culpar a los demás”, algo que desgraciadamente todos tendemos a hacer en nuestras vidas. Podría decir que la cultura de aquí es más seca y distante que la nuestra latina. Y como tal, se hace más difícil el “sentirse en casa”. O argumentar sobre barreras lingüísticas, económicas, culturales…

Sí, todo esto ciertamente influye y dificulta el experimentar a la Iglesia como antes. Pero, en realidad, es uno mismo el que se pone las mayores barreras. Para todo en la vida. Incluida la vida espiritual. Nosotros mismos somos los que muchas nos quitamos las cosas. Y entonces acudimos a los recuerdos nostálgicos o a las justificaciones para llenar el vacío que de pronto tenemos.
 
Por eso, me sentí contento de estar en la parroquia esa noche. Y me alegró ver allí otras personas reunidas en otros grupos. Más aún, me sentí muy contento viendo a tantos hermanas y hermanos de la comunidad emplear más de la mitad del sábado en la feria de la parroquia. Dando su tiempo –algo siempre tan escaso en esta sociedad- y también compartiendo esfuerzos, historias, chistes… todos dentro de esta Casa Mayor y Común que es la Iglesia.

Y de repente me di cuenta que tenemos que escribir más de lo que significa vivir como católicos en comunidades cristianas. En nuestras parroquias. En el día a día. En esta comunión de personas que somos Uno en Cristo y con Cristo. Este Hogar que a lo mejor estamos dejando de valorar en medio de tantas otras cosas que compiten por nuestro interés, atención y tiempo.

Y nada mejor que un primer paso para cambiar las cosas. Esperamos que Dios nos permita escribir más de este tipo de experiencias. Sobre todo, esperamos que este tipo de historias resuene en los lectores y les recuerde sus propias experiencias de la Parroquia como Hogar y Lugar de Encuentro. Y, mientras tanto, trataremos de ir más por la parroquia los días entre semana...

2 comentarios:

Abby dijo...

¡Muy buen escrito! Alentador, porque invita a la adaptación a nuevas realidades y pensar que sí se puede, esperanzador, porque todos en alguna medida, emigrantes o no, podemos llegar a sentirnos exraños o ajenos a la vida de una comunidad parroquial y aquí se nos muestran posibilidades concretas, reales. ¡Gracias de nuevo! Y, aunque me aparte del tema: ¡Qué renovación estupenda le han hecho al blog! ¡Felicidades y continúen! Estoy encantada!

Tere y Jose dijo...

¡Muchas gracias, Abby, por tu constante apoyo!