9 de septiembre de 2011

Recordando al Padre José Vandor

En un comentario del pasado mes de Febrero presentamos cuatro figuras salesianas que vivieron en Cuba (http://venconnosotrosacaminar.blogspot.com/2011/02/en-la-fiesta-de-don-bosco.html) y nos propusimos escribir más sobre religiosos y laicos ejemplares en Cuba. Por enredos de la vida no nos ha sido posible empezar. Pero el Espíritu Santo nos ha estado ayudando a través de otros hermanos que desde Cuba han compartido amablemente sus impresiones con nosotros y con este blog.  

Hoy empezamos con una serie de trabajos que nos manda mi hermano Juan Manuel Fernández Triana desde Santa Clara, acerca de la extraordinaria figura del Padre José Vandor. Juan ha preparado una serie de escritos que iremos colocando aquí con una frecuencia mensual. Sin embargo, su primera petición fue no que incluyéramos sus textos, sino una introducción sobre el tema que el Padre Bruno Roccaro escribió hace dos años. Sabemos que algunos de nuestros lectores conocieron al Padre Vandor, y otros quizás han oído de él, así que esperamos que disfruten estas contribuciones que nos llegan desde Cuba. ¡Nuestro mayor y más sincero agradecimiento a todos los que colaboran con este humilde blog!

SIERVO DE DIOS SACERDOTE JOSÉ VANDOR. SALESIANO DE DON BOSCO
  
Por: P. Bruno Roccaro, s.d.b. Santa Clara, 8 de septiembre del 2009.

DATOS BIOGRÁFICOS

El Padre Vandor nació el 29 de octubre de 1909 en Dorog, Hungría; hijo de Sebastián Wech y María Puchner.  Al tomar la ciudadanía cubana, el apellido Wech se transforma en Vandor.

Realizó sus primeros estudios con los Franciscanos.  Respondiendo a la Divina llamada, hizo su noviciado en Szentkeres, en el curso 1927-1928 en la Congregación Salesiana.  El 13 de agosto de 1932 hace sus votos perpetuos ya como hijo de Don Bosco.  Cursó Teología en Turín, Italia, donde es ordenado Sacerdote el 5 de Julio de 1936, en la Basílica de María Auxiliadora.

En ese mismo año fue enviado a Cuba, y permaneció en Guanabacoa hasta 1940 como responsable de la disciplina y de la animación espiritual en el Colegio “San Juan Bosco”. En 1940 fue nombrado Director de la Escuela Agrícola de Moca en la República Dominicana, pero por razones ajenas a su actuar, este centro fue intervenido por el Gobierno de Trujillo y regresa entonces a Guanabacoa, Cuba.


Al abrirse en la casa anexa a la Parroquia de Versalles en Matanzas el Noviciado Salesiano en 1943, es nombrado Maestro de Novicios. Al suspenderse temporalmente el Noviciado en Cuba en 1946, pasó a ser Administrador del Colegio de Artes y Oficios de la ciudad de Camagüey.

En 1948 pasa a ser Confesor de la Comunidad de Santiago de Cuba y en 1951, confesor y capellán del Noviciado de las Hijas de María Auxiliadora en Peñalver, La Habana.

El 9 de diciembre de 1954 llega a Santa Clara para atender la Iglesia del Carmen, dejada libre por los Padres Pasionistas.  Aquí comienza a ocuparse de la construcción de la escuela de Artes y Oficios cuyo costo estuvo subvencionado por el notable villaclareño Eutimio Falla Bonet.  Como en ese tiempo no tenía un lugar propio para quedarse, fue huésped en las noches de los Padres Capuchinos y durante el día de la casa de la cariñosamente denominada “abadesa” Sra. Ofelia Barrero.  Desde allí asesora la reparación de la casa curial de la Iglesia del Carmen y la construcción de la escuela salesiana de Artes y Oficios “Rosa Pérez Velasco”.  Al inaugurarse la escuela, el Padre Vandor es nombrado Director, cargo que ocupó hasta que todas las instituciones docentes de Cuba pasaron al Ministerio de Ecuación del Gobierno en el año 1961.   

Entonces es nombrado Rector de la Iglesia del Carmen, y al ser ésta constituida Parroquia en 1965, es nombrado Párroco de la misma.

FIGURA MORAL

Resulta difícil sintetizar en pocas líneas la figura moral del Padre José Vandor. El Señor Obispo, Monseñor Fernando Prego Casal escribió en su carta mortuoria: “Con la muerte del Padre Vandor, la Congregación Salesiana pierde un hijo, la Diócesis un sacerdote ejemplar, los fieles, un padre querido”.  A esto se podría añadir: Santa Clara a un ciudadano honrado, identificado con las preocupaciones educacionales de la ciudad.

De hecho, el periodista Antonio Díaz Vázquez, en su escrito “Una lámpara que arde y brilla”, dice al referirse al P. Vandor: “uno de los corazones más tiernos, delicados y nobles del clero villaclareño”.

Ama acercarlo a San Francisco de Sales por la paciente mansedumbre, la entregada prudencia, la iluminada sabiduría en la dirección espiritual de las almas; a San Juan Bosco por su dinamismo apostólico, el amor a los jóvenes pobres, el espíritu de fe, por la serena alegría, por su trato cordial; a José de la luz y Caballero por su amor a Cuba (se hizo ciudadano cubano), su amor a la cultura, su apertura social, su carisma educativo (porque hizo suyas las palabras de este ilustre pensador cubano: “Enseñar puede cualquiera, educar sólo quien es un evangelio vivo”); como dijo Don Pepe: “El Padre Vandor ha sido un auténtico maestro del educar”

Anicio escribe: “escuchando en los días pasados tantos encantadores y provechosos recuerdos de episodios de su vida, pensaba en lo gustoso que resultaría agruparlos en unas “Florecillas del Padre Vandor” a la manera de los de San Francisco de Asís”.

Monseñor Emilio Aranguren, (en el momento de la muerte del Padre Vandor era Párroco de La Pastora en Santa Clara; actualmente es el Obispo de Holguín), crecido en el Oratorio del Carmen, lo percibía reflejado en la canción titulada: “El Peregrino”:

Un día por las montañas apareció un peregrino,
Iba diciendo a la gente: Amigo soy, soy amigo,
Reparte el pan con los pobres
A nadie niega su vino.
Sus manos no empuñan armas,
Sus palabras son de vida
Y sus palabras son de amigo.
Y las gentes que lo vieron
Contaban a sus vecinos:
“Hay un hombre por las calles
Que lleva la paz consigo,
Y quiere ser nuestro amigo”

El numeroso público que se acercaba a su lecho o se quedaba respetuoso en oración delante de la puerta de su cuarto, las lágrimas contenidas de mujeres, hombres maduros, jóvenes, han sido el signo evidente del aprecio y del cariño que muchos tenían por el P. Vandor. Ya no asombraba escuchar repetir: “Ha muerto un Santo”.

El secreto de todo el cariño de que era objeto el P. Vandor, según una feligresa, estaba encerrado en su Bondad, en su extraordinaria Dulzura, en su exquisita Amabilidad Complaciente.

HOMBRE DE UNA PACIENCIA INALTERABLE

“Nunca, nunca, nunca, lo he visto alterado”:
- Ni con las personas que parecían abusar de su tiempo (atendía a quien acudía a sus consejos como si fuera lo único que le interesaba, sobre todo tratándose de confesión, por eso a menudo, el comienzo de la misa se atrasaba más allá de lo conveniente).
- Ni con los Hermanos Salesianos problemáticos que los Superiores confiaban a su cuidado paterno para la formación.
- Ni con el Sr. Eutimio Falla Bonet, pues no era fácil conciliar los gustos y exigencias de un filántropo millonario con las preocupaciones pedagógico-formativas de un hijo de Don Bosco: “Sólo la paciente calma del P. Vandor podía con Eutimio. En los momentos de turbonada, abre el paraguas, espera la descarga del chubasco, cierra el paraguas y continúa su camino”.
- Ni en los momentos de estrechez económica.
- Ni en los momentos peligrosos del cambio socio-político por la conquista de Santa Clara de parte de los revolucionarios; el P. Vandor intentó valientemente mediar la rendición de la Estación de Policía frente al Carmen; intercedió por moribundos y presos de ambas partes y acompañó a unos cuantos al paredón de fusilamientos).
- Ni por los problemas diarios de la vida pastoral.
- Ni por las incomodidades y dolores de su larga y progresiva enfermedad que se agudizaba en los momentos de los “necesarios trasteos”

UN MENSAJERO DE LA PAZ INTERIOR

“En él nunca había inquietud ni tristeza”.  Emanaba paz y tranquilidad por todos los poros, siempre palabras de aliento.  “Era mi consuelo, mi refugio”. Nadie se acercaba a él por atribulado que estuviese sin recuperar la serenidad.  “Al entrar a su cuarto, su mirada viva y profunda adivinaba tu problema antes de hablar. Una noche me quedé cuidándolo, al mirarlo mientras dormitaba, me entró una plenitud de vida que sólo puede fluir de quien posee a Dios”.  Ha sido un reconciliador sabio y prudente.  En una Comunidad siempre hay algún problema, él todo lo apaciguaba de una manera tan delicada y respetuosa como nadie lo sabía hacer. “Olvide eso, vaya tranquilo y déjeme eso a mí”.  

Cuántos prisioneros del pecado liberó; cuántos ojos ciegos abrió; cuántos corazones pacificó en las horas y horas de confesiones: hombres, mujeres, niños, religiosas, sacerdotes. Algunos lo recordaban por una sola confesión hecha con él.  A más de uno dijo: “Vaya tranquilo, la penitencia déjela para mí”. “En rosa de olor fragante deseo trocar mi vida – escribía – para dar los pétalos a ti y guardar las espinas para mí”

PRUDENTE Y DISCRETO AL EXTREMO

Tanto en el preguntar como en el guardar secretos. Con nadie hablaba de nadie. Su corazón era una tumba sellada. Por eso quizás tenía tantos confidentes.  Escuchaba inalterable, mirando comprensivo y compasivo. Y no juzgaba. “Nunca escuché un juicio negativo sobre nadie, siempre destacaba lo bueno y lo bello de la persona o el acontecimiento”

COMPLACIENTE AL GRADO MÁXIMO

Atento a los deseos de los demás y previsor. “Si usted lo desea, yo también. Si a usted le gusta, a mí también” No se podía saber lo que le gustaba más para comer o vestir. Todo le agradaba. Por complacencia aceptaba invitaciones, donativos que compartía con los demás o daba a otros.

HUMILDE Y SENCILLO

“Su alta figura de característica delgadez nos impresionó ya en su primera presentación en la Iglesia del Carmen. Llegó solo, se puso a rezar, habló despacio, tranquilo, profundo”

Sin embargo, era una personalidad rica de cualidades humanas: culto, conocedor de idiomas, un poco poeta y pintor, habilidoso en todo tipo de artesanía; cuando joven soñaba con  hacerse ingeniero, pero no hacía alarde de nada, más bien en su lenguaje metafórico, se consideraba un “inútil”, un “haragán”, un “bulto de basura que echar a la calle”, un “caprichoso”.  Su  mayor alegría era servir a los demás. Nada para sí y todo por amor a Dios y por la salvación de las almas.

De temperamento más bien reservado, casi tímido, amante de la soledad y del silencio, y, al mismo tiempo, de amplias y profundas relaciones humanas. Escuchaba mucho, hablaba poco, pero siempre apropiado, oportuno, lleno de sabiduría evangélica que expresaba con bellas imágenes de finura humorística, acompañadas de una mirada límpida, transparente, amablemente irónica e interrogante o suspensa o alentadora o amablemente regañadora.

Estaba al tanto de todo y para cada situación tenía una salida original que liberaba de la tensión o del desagrado:
- “¿Cómo está?   
- Sentado.
- ¿Cómo se siente?
- No me siento, me sientan”.
Pepito, el enfermero que lo inyectaba, era “su latero”.
Antonio, el fiel canario que junto al P. Alberto lo atendía día y noche y que era un poco rudo en los modales, era “un caballero”.
A la enfermera Dulce le decía: “Hay dulces que son de palo”.
- “¿Son ustedes vampiros?, todos lo que vienen me sacan sangre”.
- “Frascos van y frascos vienen (los sueros), misterio va, misterio viene (los médicos), ¿cuándo se acaba la fiesta?, a mí no me gustan los adornos”
- Y al ponerle oxígeno: “Era lo que faltaba, los frenillos como a los caballos”
- “Arriba, en alto los corazones, estoy listo para la patria celestial, pero necesito que me empujen”

HOMBRE DE GRAN CARIDAD Y PLENAMENTE CONFIADO EN LA PROVIDENCIA

“En una casa en la que no se gasta un centavo en caprichos, - decía – no hay por qué tener miedo. La Madre proveerá.”

La Escuela de Artes y Oficios, bien construida técnica y estéticamente, implicaba gastos para mantenerla a la altura requerida; tenía muchos alumnos gratuitos o con becas modestas, otros con la cuota asignada. Unas damas, para aliviar los gastos de los empleados propusieron que los muchachos sin pago ayudaran en la limpieza. Se negó rotundamente: “Eso introduciría una discriminación entre ricos y pobres. Don Bosco no estaría contento”.  Nunca faltó nada.

Un día no había dinero en la caja. Por la tarde debía llegar una “res” a pago inmediato de $300.00. La secretaria estaba preocupada: “No se inquiete, la Madre proveerá”. A las 11 de la mañana llegó un señor desconocido a visitar al P. Vandor, se interesó por la escuela y otros asuntos. Al despedirse le firmó un cheque por $300.00: “Vaya, Lolita, aquí tiene lo necesario, la Madre no falla”.

Una señora se presentó para pagar la beca del hijo de su criada. El Padre Vandor no aceptó y le dijo: “Aumente el salario a la criada para que ella misma venga a pagar la beca de su hijo”

Para atender a los enfermos en la Parroquia del Carmen organizó un Equipo de Damas, con compromiso también económico. Al recaudar la contribución del Equipo, se reservaba el conteo para poder añadir libremente “mucho de lo suyo”. De su cuarto de enfermo nadie supo cuánto entraba y cuánto salía, y fue mucho, tal vez más allá de lo razonable, especialmente, como decían, con “evidentes estafadores”.

COMO PÁRROCO

Tenía una predilección especial para con los niños de la catequesis.  Aún estando enfermo, nunca se quejaba del alboroto de los niños.  Siempre iban antes o después de la clase a saludarlo, le decían “Abuelito o Papá Vandor”. Para ellos tenía palabras cariñosas y unas “piedrecitas” (así llamaba a los caramelos duros).


Visitaba a los enfermos más que diariamente. La responsable del Equipo decía: “Al visitar a los enfermos era caridad pura y cariño, consuelo, aliento. Cuando ya no podía salir, deseaba ser informado del estado de los enfermos y los llamaba por teléfono”. En  la primera Unción comunitaria de los enfermos participó él mismo. De regreso a La Habana, en un momento crítico de su vida, con gesto de piadosa y humilde delicadeza y aprecio por la labor realizada, llamó a la responsable del Equipo de Enfermos para que le rezaran las oraciones de los moribundos, encomendando que nunca abandonaran a los enfermos.

Una joven entristecida desde hacía diez años por una enfermedad, en un sillón de ruedas, me decía: “El P. Vandor me enseñó a sufrir con paz y alegría. Ha dado un sentido nuevo a mi vida. Tuvo conmigo atenciones exquisitas. Me sentía amada por él con aquel amor limpio y tierno que sólo una persona empapada del Espíritu de Dios puede cultivar.  A mi mamá le dijo: “Usted tiene aquí un brillante”.

El Señor Obispo decía: “El P. Vandor ha sido el pararrayos de mi Diócesis”. “Un enfermo es una bendición para una casa”, decía el P. Vandor,  eso ha sido él para   nosotros, los Salesianos de Cuba.

MAESTRO EN EL ARTE DE EDUCAR

Los villaclareños lo conocieron por una formal entrevista con los alumnos de la Escuela de Periodismo y por sus trasmisiones radiales cuando era Rector de la Escuela de Artes y Oficios “Rosa Pérez Velasco”. Era esta una escuela modelo por la funcionalidad y belleza de los locales, por la modernidad de las maquinarias, de los talleres, por la seriedad de los estudios, por el método educativo genuinamente salesiano aplicado en un ambiente de alegría, de piedad y espíritu de familia. “Una obra que engrandeció y dignificó la tierra de Marta Abreu” escribía Díaz Vázquez. “Una escuela que funciona con la simpatía general de la Ciudad y de la Provincia. Una misión callada y cumplida” escribía Medardo Vitier.

UN HOMBRE DE ALTA ESPIRITUALIDAD

En su homilía, el P. Emilio Aranguren decía que el P. Vandor había realizado la profecía “El Espíritu del Señor está sobre mí”, con toda la riqueza de sus dones, sobre todo el de la piedad y el del consejo.

Desde 1957 hasta 1966, el P. Vandor expresó en “pequeñas hojas sueltas recogidas en el árido jardín de mi pobre corazón”, algo de su interioridad.  “Son tres libritos, bien cuidaditos, de versos llanos, generalmente en rima libre – según el juicio de un doctora – muy bien logrados”. En ellos se revela como un contemplativo, un místico con precisas líneas de una espiritualidad original.

Se sentía amado por Dios y deseaba corresponderle ardientemente.  Decía: “Tú me amas, yo también. Tú para mí, yo para Ti. Tengo sed, Señor, sed de tu amor, cual ciervo sediento corro a la fuente por restaurar mi vida e inflamarme en tu amor. Amarte quiero, amarte tanto, vivir como lirio ante tu sagrario, cual Siempreviva consumar mis días, déjame saborearte a Ti”

Un amor que aspira al sufrimiento. La Cruz aparece siempre en perspectiva. A menudo se entretiene en contemplar al Cristo crucificado, acompañándolo al Calvario.  “Que pueda mucho sufrir y calladamente. Dame si quieres el dolor, sólo consérvame en tu amor. Ser paloma quisiera, de nívea blancura, volar a la región de tu dulce morada, la cruz enarbolada, contigo en la cruz vivir, más que desear morir”

Otro gran amor es Jesús Eucarístico.  El prisionero del altar es su alimento, su descanso. Delante del sagrario pasa horas de oración, por la noche sobre todo.  Sus visitas escritas son desahogos amorosos, suplica por sí mismo, por los jóvenes, por los enfermos, por los pecadores. Jesús lo atrae: es luz que ilumina, bálsamo que suaviza. Frente a Él se conmueve, se estremece, de Él aprende la mansedumbre, la fortaleza, la fidelidad, el desprendimiento, la docilidad, la fe… y se transforma él mismo en el testimonio del mismo amor.  “Cristo crucificado, Cristo Eucarístico, Cristo Pastor, mas quisiste que fuera oveja y pastor. Como pastor quiero por cayado la Cruz, como Tú ser pastor sediento de ovejas perdidas, pastor peregrino, pastor amigo, siempre andando para sanar, confortar, alentar, purificar…”

Otro pilar de su espiritualidad, otro de sus grandes amores, fue María. Experimentó a la Virgen María como Madre, Madre que lo amaba, que velaba por él, por los suyos. A este amor respondía con una confianza plena, desconcertante, sencilla, profunda, que lo llenaba de alegría, de paz, de seguridad. La expresión más hermosa de su devoción ha sido “Mi Rosario”, una meditación en verso sobre los misterios del Rosario. ¡Cuántas batallas vencidas con el Rosario en las manos! Le canta, además, como Inmaculada, Anunciada, Asunta, Fuente de la Caridad, Auxiliadora. A Ella confía “la flor que tanto ama”. A Ella ofrece su corazón amante. “Es tan maravilloso dejar a la Madre la iniciativa de todo. Ella va marcando los pasos a seguir. Ella lo es todo. Confíen en Ella, que nunca fallará” ¡Y cuántas veces la Madre no falló!

HOMBRE CASTO

Cultivó un extraordinario amor a la pureza. Escribía: “La blanca flor que Tú me diste, que tanto amo, que conservar intacta prometí, cual precioso don llevo en mi corazón. La virtud delicada, que defender deseo y conservar en mí, primero, y en los demás. Flor divina que precio no tiene, flor ignorada, que Tú plantaste en nuestro suelo”  Este hombre supo conjugar la más grande delicadeza con la afectividad más expresiva, calurosa, transparente; de él emanaba un encanto espiritual.

HOMBRE POBRE

Parecía no tener gustos por la comida o por el vestir; todo era bueno y lucía bien. Sencillo, limpio, nada de rebuscado. Monseñor Prego lo recordaba llegando al Obispado de La Habana, alto delgado, con la sotana corta, que no le llegaba a los tobillos; como un símbolo de sus modestas exigencias.

Nunca amó la comodidad. Al aceptar la rectoría de la Casa “Rosa Pérez Velasco”, escuela dotada de todas las comodidades, de la técnica más avanzada, decía preocupado: “Esta casa nace con el signo de la contradicción. Aquí hay demasiadas comodidades. VA a durar poco”. Fue profeta.

HOMBRE OBEDIENTE

Dócil a la voluntad del Padre, antes que nada, y por Él, obedientísimo a los Superiores. Con Madeleine Dèbrel diría que “supe bailar a la perfección el baile de la Voluntad del Padre”. Se dejó llevar por el ritmo de la orquesta y pos sus compañeros de baile: los Superiores y Cristo Redentor.

Decía: “Lo que Tú quieres y como Tú quieras. Tiemblo por lo que Tú me vas a pedir, por mi pequeñez, pero te entrego mi vida y mi corazón, sólo dame la fuerza para contestar siempre, aunque me cueste: AMÉN”.

MAESTRO DE VIDA ESPIRITUAL

Entre las ocupaciones confiadas al P. Vandor por los Superiores, se destaca la de Confesor y Director Espiritual, y como tal le buscaba espontáneamente la gente.

Inspiraba confianza, tenía el don del consejo, presentaba una imagen viviente de profunda espiritualidad. No tenía quizás una doctrina espiritual suya, pero sí una praxis propia: arrastraba a las almas por el camino anteriormente recorrido por él.

Fraccionaba sus orientaciones en breves frases a modo de invocaciones que consideraba como el respiro de su alma. Como San Francisco de Sales, juega con las imágenes tomadas de la naturaleza, de las flores, de las aves, de la vida. 

Lleva de la mano con paciencia y dulzura. Se preocupa no tanto de lo que uno hace, sino del cómo y del por qué. Encomienda el vivir constantemente en la presencia amorosa de Dios.

Inculca un amor  ardiente a Dios, desinteresado, que se traduce en conformidad con su voluntad y el compartir el camino del Calvario. Amor que se alimenta en la oración sencilla, hecha más que de “práctica”, de disposición de ánimo. Amor que desemboca en actividad pastoral, en trabajo responsable para la sociedad, en la alegría, en la serenidad…y pudiéramos continuar.

LA ENFERMEDAD

El Padre Vandor desde hacía tiempo sufría una Artritis Reumatoidea progresivamente deformante. El 13 de marzo de 1976, al concluir la misa celebrada para los niños, se encogió sobre sí mismo por fuertes dolores que aparecieron de improviso. Lo llevaron a su cuarto y desde entonces nunca más pudo bajar solo. Pasaba de la cama al sillón o a la silla de ruedas.  Sus movimientos iban reduciéndose gradualmente y sus miembros se iban deformando.  En 1979 empezó a manifestar cierta molestia en la garganta.  En el mes de junio se trasladó a la Clínica “San Rafael” de La Habana, para un chequeo general y una tentativa de mejorar los movimientos. Nada se logró, más bien la situación empeoró al presentarse una fiebre persistente, rebelde a todo tratamiento y de causas misteriosas. Se sospechó una neoplasia del esófago, confirmada por los médicos que con esmerada competencia y entregado cariño, asumieron la responsabilidad de su cuidado al regresar a Santa Clara el 20 de agosto. Los análisis sucesivos tampoco revelaron algo positivo, pero aumentó la dificultad de tragar y al final, de hablar; todo esto confirmó el  diagnóstico que lo llevó a la tumba.

LA MUERTE

A la 1:10 a.m. del día 8 de octubre de 1979, se “sumergió en Dios para en Él descansar” el Padre José Vandor, dejando un nuevo gran vacío en el ya reducido puñado de Salesianos de Cuba.

Muerte esperada, muerte más de una vez pronosticada y otras tantas veces inexplicablemente postergada, pero con todo, no  menos dolorosa.

La última crisis empezó a las cinco de la tarde del domingo 7 de octubre, al iniciarse la Celebración Eucarística en la Iglesia del Carmen en Santa Clara. El P. Vandor fue perdiendo progresivamente el conocimiento. La supuesta neoplasia del esófago redujo poco a poco la zona respiratoria, forzando a la rendición el fuerte corazón del Padre querido.

Asistieron impotentes el médico, la enfermera, salesianos, sacerdotes, amigos, que noche tras noche acudían solícitos para atenderlo, disponibles para todo, y que atrasaban cada noche más la despedida, temerosos de no poder presenciar el último respiro del Padre amado.

Con ellos se rezaron por última vez  las  oraciones litúrgicas y salesianas de los moribundos.

La noticia de la muerte se difundió rápida y prontamente llegó el Señor Obispo Monseñor Fernando Prego Casal, así como muchos fieles y amigos. El cuerpo fue velado en la Iglesia del Carmen, de la que el Padre había sido responsable directo o indirecto por casi 25 años.

Las Celebraciones Eucarísticas a cada hora de la mañana culminaron con la Concelebración presidida por el Obispo a las 3 de la tarde, con la participación de los Sacerdotes de la Diócesis, los Salesianos, las Hijas de María Auxiliador, las Hijas de la Caridad, ex alumnos, fieles de muchas comunidades de la ciudad y del campo.

La conmoción de los numerosos acompañantes al sepelio, la respetuosa atención de cuantos se asomaban a las ventanas o se paraban en las aceras al paso de su cuerpo, fue el signo más elocuente de cuánto cariño tenía regado en los corazones de los villaclareños el Padre Vandor.

LEYENDO  SUS  ESCRITOS

Leyendo los  escritos del P. José  Vandor  se experimenta una agradable  sensación  de paz y se percibe un hombre diáfano, sencillo, de profunda interioridad.

Parece haber escogido la forma poética:   versos, sencillos   de  palabras  comunes, y rimadas,  para  manifestar, con pudor,   los   sentimientos escondidos  en su interior: anhelos,  preocupaciones, penas,  dudas, sufrimientos: transparentan un alma  enamorada  de su Dios que lo hace feliz  y desea hacer partícipe a  otros  de  esa misma felicidad.

Los  poemas son plegarias que invitan asociarse a su voz: fruto de un espíritu contemplativo.  La naturaleza,  el río y particularmente  las  flores en sus colores, estructuras y  perfume,  le sirven  para dialogar con Dios del cual se siente amado  y a quien anhela corresponder  con el mismo amor, acompañándole desde su nacimiento  hasta la cruz (desde  Belén hasta  el Calvario).

En  los poemas, además,  se descubren sus  virtudes preferidas,  cantadas repetidamente, como para exaltar su encanto y aprecio.

Los  “Mensajes”, más que    enseñanzas de   maestro  o exhortaciones y reproches de  pastor que guía    a sus  ovejas,  son  palabras de amigo,   de  un amante que desea multiplicar los amantes de “SUS  AMORES” para que  vivan con su misma intensidad  espiritual las memorias  de los misterios de la fe y las  festividades  de los santos.

Los acrósticos, evidentemente ocasionales, nos indican  come él vivía y deseaba que sus fieles vivieran las distintas festividades, los tiempos fuertes de  la  liturgia,  la memoria de  los  santos  de su preferencia.
La profundidad de las virtudes de las  florecillas de  mayo, las meditaciones de los misterios de su Rosario y las reflexiones de cada estación de  su Vía Crucis,  quedan como un útil  recurso  para fomentar nuestro amor a Jesús  camino al Calvario y  a la Virgen en sus gozos, sufrimientos y glorias.

Los consejos, finalmente, aparecen al centro de sus escritos y hablan por sí mismos, garantizando a todos aquellos que los leen y sobre todo los ponen en práctica, una fecundidad espiritual encaminada hacia las Moradas Eternas.