24 de septiembre de 2011

El Obispado de Ciego de Avila (Cuba), y Monseñor Mestril

En muchas ocasiones viajé yo desde la región oriental de Cuba hasta Santa Clara para visitar a mi familia. Calculo que fueron cerca de un centenar de viajes entre 1989 y 2006 (200, si contamos la ida y la vuelta individualmente). La mayoría de estas travesías fueron en el “manzanillero” (tren Manzanillo-Habana), con una duración oficial de alrededor de 12 horas para el tramo que yo utilizaba. Desgraciadamente, en la realidad el tiempo total se extendía mucho más, hasta 24 horas en el peor de mis viajes (pero recuerdo historias de otros infelices que soportaron esta tortura por mucho más de un día, especialmente cuando hacían el recorrido completo hasta La Habana). 

No es de extrañar que, cada vez que podía, tratara de escapar este “suplicio” utilizando otras vías. Una de las más agradables y rápidas era cuando podía viajar en automóvil con alguien. Siento un inmenso agradecimiento por varios amigos que a lo largo de esos años me apoyaron en este sentido, y las dos personas a quien debo más fueron Monseñor Dionisio García Ibáñez y su chofer Francisco José Zaldiba. Monseñor Dionisio, a principios de los 90 párroco de Manzanillo, y a partir de 1996 obispo de la recién fundada Diócesis de Bayamo-Manzanillo, muchas veces me llevó en sus viajes al occidente del país. Francisco José, más que amigo familia, siempre me avisaba cuando había oportunidad y espacio en el carro.

Cada vez que viajaba con ellos, una parada obligada era en el obispado de Ciego de Ávila. Usualmente Francisco tenía algún mensaje que dejar o recado para recoger. Estando aproximadamente a mitad de camino era buena oportunidad de ir al baño y estirar las piernas. Pero lo que más me impresionaba siempre era el comportamiento del obispo de esa diócesis, Monseñor Mario Mestril. Todas, absolutamente TODAS las veces que yo pasé por allí, Monseñor Mestril dejaba lo que estaba haciendo para sentarse unos minutos con el grupo de viajeros y conversar con ellos, ofrecerles café o refresco y desearnos buen viaje.


El obispado de Ciego de Ávila es en sí mismo notable. Ocupa una antigua casona colonial, que no ha perdido su estilo arquitectónico, y que luce extremadamente sencilla y modesta. Cuando uno llegaba, la persona en la recepción enseguida saludaba con amabilidad e invitaba a pasar HASTA EL FONDO de la casa, donde estaban el comedor y un patio cubierto con sillas. Allí nos sentábamos con el obispo, que SIEMPRE tenía palabras amables y de interés para CADA uno de los que acompañaban a Dionisio y Francisco. ¡Lo más interesante es que la mayoría de los viajeros no conocíamos personalmente a Mons. Mestril! Algunos ni siquiera iban a la Iglesia (eran personas de Manzanillo o Bayamo a las cuales Dionisio y Francisco gentilmente daban un aventón en esos tiempos de pésimo transporte). Aún así, Mestril tenía algo que decirnos a todos, niños o adultos. Siempre pienso que parecía que estábamos en la casa de un familiar o amigo cercano. Alguien para el cual ERAMOS IMPORTANTES. Importantes al punto de dejar lo que estaba haciendo y sentarse con nosotros a compartir “como en los buenos tiempos”.

En ámbitos eclesiales yo había escuchado algunas historias de Mestril, todas apuntando hacia su gran sencillez y humildad. Recuerdo una que relataba que se había encaramado en el techo del obispado a arreglar unas tejas rotas. ¡Un OBISPO, en pleno siglo XXI arreglando goteras…! También escuché que, al igual que mi padre, estuvo y sufrió en el UMAP, esa triste y negra página de la historia cubana de fines de los 60. Personalmente, lo recuerdo, SIEMPRE vestido de manera extremadamente sencilla, con una modesta camisa que parecía más a tono con su labor de arreglar techos que de pastorear almas. Yo no puedo concebir un mejor elogio de Monseñor Mestril que estos comentarios.

Desgraciadamente, yo no tengo muchas vivencias de Ciego de Ávila. Y relacionadas con la Iglesia en Cuba, esta es la única que puedo compartir en este blog (aprovecho para invitar a cualquiera que quiera compartir historias de esta diócesis). Tampoco puedo decir que conocí personalmente a Monseñor Mestril (aunque obviamente compartí café con él al menos una docena de veces). No creo que él me conociera o reconociera en lo absoluto –a fin de cuentas yo era sólo uno de los “granmenses” que pasaba con Dionisio y/o Frank en algunos de sus viajes. Pero, desde mi desconocimiento hacia su persona, le tengo una gran admiración como ser humano y como pastor.

En mis años en Cuba, creo que visité al menos ocho obispados diferentes, en todas las regiones del país. Ningún otro de los que conocí puede equipararse en sencillez, apertura y recibimiento al de Ciego de Ávila. Y aunque tuve el privilegio de compartir con varios obispos cubanos (algunos de los cuales considero buenos amigos, y a muchos considero buenos pastores), ninguno me recuerda mejor al Jesús de la Última Cena que Monseñor Mestril. Como ese Jesús que se ciñó la túnica y le lavó los pies a los discípulos. Como ejemplo de hacerse el último en vez del primero. Como Pastor siempre preocupado por las Ovejas (aún de aquellas que sólo estábamos de paso por su casa por escasos 20 minutos).

Ojalá y su figura no se olvide nunca en la Iglesia Cubana. Pero más importante todavía: que su ejemplo se multiplique, porque es un verdadero ejemplo evangélico que TODOS debiéramos seguir.  

No hay comentarios.: