16 de julio de 2011

YO SOY DEL CARMEN

Esta mañana, mientras nos íbamos de compras, hablaba con mi hija Ana acerca de la fiesta que se celebra hoy: Nuestra Señora del Carmen. Y cuando ella me preguntó por qué era tan importante para mí, le dije: porque es la fiesta patronal de la Iglesia donde yo nací. En ese momento Tere, que estaba a mi lado, bromeó: “sí, Ana, porque tu papá no nació en un hospital materno sino en la Iglesia del Carmen”. Por un instante, en los ojos de nuestra hija cruzó la duda de si esto era verdad, pero su lógica de 11 años inmediatamente le hizo ver que no era posible. Un segundo después Tere y yo le corroborábamos que, claramente, yo no había nacido en ninguna Iglesia, sino en el hospital materno de Santa Clara. Era sólo una expresión metafórica –con la ayuda de nosotros, Ana hace un par de años que ha empezado a entender el significado de metáforas, símiles, sarcasmos, y otras complejidades del mundo adulto al que ella aún no pertenece, pero en el que poco a poco se va adentrando.



De todos modos, yo no estaba “metaforizando” del todo cuando decía que había nacido en la Iglesia del Carmen (de Santa Clara, Cuba, para ser más preciso). Me refería no a mi nacimiento biológico sino al crecimiento espiritual y como persona. Y, desde esas coordenadas, yo me he considerado siempre como nacido en la parroquia del Carmen.

Desde que tengo uso de razón, mis padres siempre estuvieron profundamente involucrados con esa parroquia. Mientras crecía los vi trabajar por esa comunidad de mil y una maneras: en el coro, de catequistas, lectores, como formadores (de adolescentes, jóvenes, matrimonios, catecúmenos), organizando actividades, apoyando al sacerdote de turno, dando testimonio de cristianos en un mundo tan hostil a la fe. Con ellos empezó mi participación en la parroquia, con ellos empezó mi aprendizaje espiritual en el Carmen. Con ellos y con mis hermanos, abuelas y resto de la familia.

Y le siguieron los catequistas que tuve, que nunca olvido (y a los que espero dedicar algún futuro comentario en este blog). Y los compañeros de catequesis, que fueron como otros hermanos, juntos todos crecimos alrededor del Carmen. Y los miembros de la comunidad, ancianos, matrimonios, jóvenes. Y los sacerdotes que pasaron en esos años, a quien tanto debo y de quienes tanto aprendí.

Están también los momentos que vivimos juntos, las experiencias que compartimos alrededor de la parroquia. Misas, convivencias, cantatas, celebraciones de todo tipo, deportes, juegos, música, cine, comidas, conversaciones, tristezas, alegrías. Momentos cumbres. Como las bodas de tantos seres queridos. O la primera misa de mi hermano sacerdote Julio. Las primeras comuniones de todos, los bautizos de los más jóvenes que yo. Las visitas de personas importantes para la comunidad y/o la congregación salesiana. O la misa de cuerpo presente de papi –que por esas coincidencias de la vida murió durante la novena a la fiesta del Carmen.


A la parroquia del Carmen de Santa Clara yo le debo la fe que tengo. A su comunidad de personas les tengo gratitud eterna por todo lo que hicieron (¡y aún hacen!) por mí. Ellos siempre han estado y estarán en mi corazón, a pesar de que yo dejé de vivir en esa ciudad hace ya 22 años. Cuando yo pienso en un lugar ideal de espiritualidad, de paz, de encontrarme con Dios, de centrarme en las cosas importantes, mi mente vuela inmediatamente a la parroquia del Carmen. Y me imagino sentado en uno de sus bancos, cerca del Sagrario, con el olor a madera y flores tan característico, y los ruidos que llegan de los niños jugando en el parque que rodea al templo. Allí, en ese lugar que no olvido, está mi centro espiritual. Allí, en la parroquia del Carmen de Santa Clara.

La vida me llevó por 5 años a Santiago de Cuba, a estudiar Biología; y Santiago ha sido siempre para mí un lugar muy especial y que quiero muchísimo, del que me siento y considero “hijo adoptivo”. Luego viví 12 años en Manzanillo, la tierra de mi esposa Tere; y en Manzanillo disfruté mucho la familia, amigos y comunidad de La Purísima, especialmente sus jóvenes (con los que trabajé pastoralmente por 10 años). Hace 5 años que estamos en Ottawa, lugar que también nos encanta; y desde el 2007 vamos a la comunidad “Nuestra Señora del Carmen” de esta ciudad. Y mañana, ¿quién sabe lo que pueda traer la vida? Sólo Dios conoce los pasos que nos quedan por recorrer a cada uno de nosotros por este mundo. Pero, a pesar de todas estas experiencias (vividas o por vivir), lo mejor de mí se quedó, para siempre, en la Iglesia del Carmen.

Por supuesto, que esa parroquia no es mejor que ninguna otra. Ni más especial. Ni más histórica. Es sólo que, para mí (y me atrevería a afirmar que para muchos otros que crecieron allí también) es EL LUGAR donde nos formamos y forjamos como católicos y como personas. Por eso, es incomparable con cualquier otro lugar, al menos para nosotros.  

Imagino que otros puedan decir lo mismo de sus respectivas parroquias (¡en todo caso, espero que Tere escriba algo al respecto el 1ero de Diciembre, fiesta patronal de su comunidad manzanillera!). Y si algún lector se anima a compartir con nosotros sus vivencias en sus respectivas parroquias, las puertas de este blog están siempre abiertas para ellos.

De cualquier modo, en este día en que celebramos la fiesta del Carmen, mi corazón vuela hacia Santa Clara (ciudad que casualmente celebra el aniversario de su fundación el 15 de Julio, un día antes del Carmen). Y ahora mismo estoy en sintonía –no real pero espiritual- con mis hermanos de la comunidad que allá están celebrando la patronal. Que Dios los bendiga, escribo desde aquí, aunque mi corazón nunca se fue de allá.

1 comentario:

Abby dijo...

Lo importante es nunca olvidar nuestras raíces, ser capaces de decir de dónde somos con real y sano orgullo.
Y a propósito: ¡Yo también soy del Carmen!