27 de julio de 2011

Adiós a un Buen Pastor

La noticia ha corrido de rincón a rincón, entre los cubanos de adentro y de afuera. Todos movidos por un sentimiento de tristeza, pero también un profundo sentimiento de AGRADECIMIENTO a Dios por prestárnoslo durante todos estos años. Y a él por aceptar ser nuestro pastor.


La noticia me ha hecho recordar viejos y gratos momentos. Recuerdos de niña cuando mi papá regresaba rebosante de alegría y renovado espiritualmente después de participar en retiros donde Mons. Meurice había dado temas.


Recuerdos de sus visitas pastorales, su amistad y cercanía con los sacerdotes de la diócesis. Su agradable compartir con las pequeñas comunidades, con los feligreses. A tal punto que a veces se hacía acompañar por su hermano Mariano, quien también disfrutaba se cafecitos, pastelitos, juegos de dominó… todos éramos como una gran familia.

Ya de adolescente, recuerdo su presencia el último día de las convivencias, en el que a manera de conclusión siempre preguntaba cómo nos había ido, dejando espacio a que expresáramos quejas y sugerencias, sueños y aspiraciones. Siempre terminaba con una profunda reflexión, con sus ojos cerrados, típica postura de él. Segura estoy que no era para evitar el contacto con nosotros, sino para cerciorarse de sacar lo mejor de sí, para dejarse invadir por el Espíritu Santo y poner palabras de Vida en nosotros.

En las celebraciones diocesanas a las que acudíamos en camión, siempre estaba dando vueltas  hasta que el último camión saliera. En caso de que hubiera un retraso por rotura, un papel que faltaba o un control más de la policía, él estaba allí y los desafortunados por el retraso no nos sentíamos tan mal, pues habíamos tenido “tiempo extra” con monseñor.

En 1979, después de muchos años sin Confirmaciones (por razones conocidas por todos: éramos apenas “cuatro gatos” en cada parroquia, al menos en la zona de Manzanillo), logramos, entre adolescentes y jóvenes de toda la zona, formar un grupo de unos 30 que después de varios días de retiro fuimos confirmados. Recuerdo su alegría, pero aún más recuerdo su sonrisa en el momento del cachetazo simbólico, como para decirnos: “No tengan miedo”.

Ya de joven tuve la oportunidad de estudiar en Santiago de Cuba y conocer de cerca cuán ocupado estaba todo el día en el Obispado, y cuán cercano estaba siempre a todos los que tocaban de diario a su puerta. Por estos tiempos la realidad de Cuba y de la Iglesia cubana habían cambiado; quizás no salió a hacer grandes visitas pastorales, pero allí estuvo siempre disponible para miembros del clero, para laicos, para creyentes y no creyentes. Los santiagueros conocen mejor estas vivencias de esa época, dignas de ser escritas algún día.

En sus viajes a celebrar las patronales de los diferentes pueblos, se disponía siempre a “darle botella” a los jóvenes que estudiábamos en Santiago. El viaje transcurría muy ameno pues las conversaciones iban desde cosas profundas hasta el comentario más sencillo sobre los mangos de Barranca, el arroz de Yara, o las intrincadas calles de Bayamo.

Será imposible olvidar sus homilías, su voz clara y serena, hasta el momento preciso en el que para dejar bien claro lo proclamado era necesario alzar la voz con firmeza.

Como olvidar la oportunidad que nos brindó aquel 24 de Enero de 1998 de “sentirnos libres” y “hablar con aplausos”  en los que expresábamos nuestra aprobación a sus palabras.

Lo recordaremos como un hombre “que supo poner los puntos sobre las íes”, dentro y fuera de la iglesia, en todo momento. No olvidemos que fue nombrado obispo en 1967 (todos los que conocen la historia de la iglesia cubana y de Cuba, saben que no sólo los años 90 fueron “especiales”).

El anuncio de su retiro no nos sorprendió, y lo acogimos con serenidad. Lo valoro como una decisión inteligente. Creo se sentía con el deber cumplido y la mente abierta a las nuevas generaciones. Además le permitiría un tiempo para sí, un tiempo de preparación para su viaje final a la Casa del Padre. Pero a la vez le permitía, como todo buen padre, estar observando los caminos de su sucesor y estar disponible por si hacía falta una opinión o un consejo.

Gracias “Perucho”, como algunos de sus contemporáneos se atrevían a decir cuando hablaban de ti, GRACIAS POR TU SI A DIOS.

GRACIAS DE ANTEMANO PORQUE ESTAMOS SEGUROS QUE DESDE LA CASA DEL PADRE SEGUIRAS CON NOSOTROS.