28 de abril de 2011

DISFRUTANDO LA VIGILIA PASCUAL

El Sábado Santo es la celebración más larga en la liturgia de la Iglesia Católica. Fácilmente puede extenderse dos horas –o más, dependiendo de la dinámica del lugar donde se celebre. No es raro, entonces, encontrar personas que se quejan de lo agotadora que es esta celebración. Recordamos algunos sacerdotes y parroquias (en Cuba y fuera de Cuba) que se esforzaban y/o esfuerzan por “reducir” la duración de la misma. Cuando se piensa desde esas coordenadas, es práctica común el eliminar algunas lecturas, acortar la homilía, “saltarse” el canto de las letanías, etc. “Que todo sea por el bien de los feligreses”, se piensa. “No hay necesidad de agotar a las personas”, se argumenta. Parece razonable, especialmente en esta sociedad donde el tiempo es uno de los bienes más escasos y codiciados…

Lo que pasa es que si se aplica esa misma “lógica” a otras facetas de la vida, las cosas no se ven igual. ¿Se imaginan a alguien que proponga “acortar” los festejos de Año Nuevo -con el pretexto de que la fiesta del 31 de Diciembre es tan larga y agotadora? O que se reduzca la duración de los seriales de TV, las películas, eventos deportivos, conciertos de artistas famosos, etc. No es difícil adivinar que por allí no se llega a ningún camino. Pero, más que debatir por qué a veces claudicamos tan fácilmente en la Iglesia, queremos comentar aquí sobre las muchas oportunidades de disfrutar la Vigilia Pascual. 

Indudablemente que la principal razón es la celebración de la Resurrección de Jesús y todo lo que este acontecimiento significa para nosotros. Este es el momento CUMBRE, razón y centro de nuestra vida cristiana. Sin él, todas las demás celebraciones carecen de sentido. Todo lo demás es en vano. Esto sólo debería bastarnos.

Pero hay más. La extraordinaria riqueza y belleza de la liturgia esa noche es un llamado a celebrar. Desde el mismo comienzo, en esa oscuridad del templo que invita a la contemplación. Y luego la ceremonia del fuego, con la proclamación de Jesús “Ayer y Hoy, Alfa y Omega”. Los seres humanos tenemos una atracción congénita hacia el fuego, y sus llamas nos atraen y fascinan. Hay algo mágico y misterioso en esa noche, mientras miramos el fuego desde la oscuridad que nos rodea.

Las lecturas de la Vigilia recorren la Historia de la Salvación, en apretado resumen que nos recuerda de dónde venimos (y adónde vamos). En la transición del Antiguo al Nuevo Testamento cantamos el Gloria y se ilumina, de nuevo, el templo, mientras las campanas resuenan. Nos acordamos de cuando en Cuba (en la época donde se perseguía a la religión) de todos modos repicaban las campanas, a medianoche, como señal de esperanza a pesar de los inconvenientes…

Después de la homilía, la ceremonia del agua, muchas veces oportunidad de bautizar a catecúmenos adultos. El canto de las letanías es también un recuerdo de la Comunión de los Santos, y la oración del Credo esa noche se vive más intensamente que de costumbre. En nuestra parroquia de Ottawa, el sacerdote gusta de rociar con el agua bendita, abundantemente, a todos en el templo. En los últimos dos años se ha vuelto un motivo de disfrute en la comunidad, todos ríen, es como una especie de “receso” durante la celebración (y quizás el agua hasta ayude a despertar a quien se había dormido). De cualquier modo, es una agradable transición hacia el resto de la celebración eucarística, que continúa como una misa “normal”.

La celebración concluye formalmente con la bendición especial y la despedida pascual (“Pueden ir en paz, Aleluya, Aleluya”, “Demos gracias a Dios, Aleluya, Aleluya”). Pero, aún así, ese no es todavía el fin de la noche en la parroquia.

Al terminar la Vigilia Pascual muchas personas continúan en el templo. Algunas rezan, otras cantan y celebran, muchos se felicitan. Recordamos, con especial cariño, cuando en Cuba los jóvenes seguían cantando por un buen rato temas como “Aleluya, Cristo Resucitó la madrugada del domingo”, “Aleluya por esa gente”, ¨Venid a celebrar la Pascua del Señor”, y muchas más.

Y, más allá del templo, en muchas comunidades la gente se reúne en el salón parroquial para un pequeño brindis o merienda después de la celebración. ¡Es tan bonito cuando la comunidad se une de esta forma, para compartir tiempo, historias, comida, vivencias, todos juntos! Anima al cuerpo y al espíritu un café caliente en esa madrugada, mientras se charla y se disfruta con la comunidad. ¿No es acaso éste el espíritu y disposición que debería animarnos al celebrar la Resurrección de Cristo? Ciertamente la Vigilia Pascual es una noche especial.

Si, cuando todo esto se suma, pueden ser 3 o más horas en total… ¿Y qué más da?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Detenerse una noche en el tiempo, dejar que las horas transcurran lentamente para saborear en toda su plenitud la Gloria de Cristo Resucitado, es lo más hermoso para el que pueda vivirlo así, para los que se aburren o les parece largo, bueno, cada cual con lo suyo pero se pierden esta vivencia única que es la que le da total sentido a nuestras vidas, la que nos reafirma que siempre, siempre, sin dudar, tras cada Viernes Santo amanece un Domingo de Resurrección.