26 de mayo de 2011

LA PROEZA DE UNA POBRE

Testimonio enviado por Bartolo Ugalde Ramírez desde Manzanillo, Cuba.

La proeza de una pobre: Honrando a todos los pobres de espíritu.

Yo tenía unos deseos inmensos de conocer a Orfelina. Razones no me faltaban. Orfelina era una mujer pobre, del privilegiado grupo de los favoritos de Jesús. Y a pesar de su pobreza material y avanzada edad, acababa de realizar, por aquel entonces, lo que podríamos calificar como una proeza misionera a favor de los pobres. 
Foto de Inés Menéndez contando parte de esta historia en la parroquia "La Purísima Concepción", Manzanillo, Cuba.


Esta es la historia. Inés Menéndez, la animadora de Cáritas en el Nuevo Manzanillo, no podía salir de su asombro cuando Orfelina le pidió un sobre de los que se distribuyen todos los años con la finalidad de recaudar fondos para los necesitados. “No se preocupe, Orfelina, esto no es para usted…”, le dijo Inés, tranquilizándola. Pero la anciana, ni corta ni perezosa, continuó insistiendo hasta que ésta no pudo menos que darle un sobrecito. Y así fue como al poco rato, la audaz misionera regresó muy feliz con el sobrecito medio roto, pero repleto de medios y pesetas. ¿De qué divinas arcas sacaría Orfelina toda esa bendita menudencia? Sólo Dios sabe los detalles; yo sólo sé que su recaudo sobrepasó los $10.00. A propósito de este testimonio, la hermana Inés, al referir la historia, no se cansaba de repetir: “Más hace el que quiere, que el que puede.”  

El día que fui con Inés a conocerla, la encontramos en el portal de su casa, de pie y peinando su cabello blanco amarillento. Sencillamente vestida, rayando en la indigencia, calzaba unas zapatillas de goma que llamaban la atención por su deterioro. Con total desenfado y sin darle, aparentemente, mucha importancia a nuestra visita, nos hizo sentar en el escalón del portal. Orfelina vivía en una casa aceptable, como la mayoría de las casas de ese Reparto; sin embargo, evidentemente no todo era felicidad para ella. Después que la  felicité por su reciente proeza,  seguimos allí conversando carismáticamente y a su manera, y ya a punto de despedirnos, con discreción, pero sin pena, me enseñó, moviendo graciosamente, el dedo gordo de uno de sus pies, que se asomaba  por el agujero de la zapatilla. Sobraban las palabras.

Cuando años más tarde, supe de la partida de esta manzanillera a la Casa del Padre tuve una visión: Vi a Orfelina, radiante, vestida de blanco llegando al Cielo y a Jesús recibiéndola con sus brazos abiertos, a toque de trompetas triunfantes, al lado de la viuda del templo de Jerusalén, la que echó su doble y único capital financiero… ¡Vaya encuentro de esas dos pobres! Y en las pupilas de ambas se veían reflejadas muchedumbres de hombres y mujeres, todos vestidos de blanco, como ella y como la viuda, ¡eran los campeones de la solidaridad!; se les notaba por sus pechos agigantados y por sus manos de dedos largos y desgastados, pero sobre todo, por la transparencia de sus miradas, y allí, en el mismo centro, Alfa y Omega, sonriendo y aplaudiendo, loco de alegría… ¡y las trompetas no cesaban de tocar!

No puedo mencionar a la querida hermana Inés, así sin más, porque Inés es una católica excepcional. Y porque el papel de personaje secundario no va con el compromiso de su corazón. Nunca podré olvidar aquel día que Inés se me acercó, con una sonrisa plena y llevándome aparte, me enseñó una pequeña paloma metálica, símbolo del Espíritu Santo. “¿Ves esto?”, me dijo, “pues  tiene su historia”. Verdaderamente lleno de curiosidad, me dispuse a escucharla y más o menos, me dio esta explicación que, por su humildad, nunca quiso ella escribir: “Estando enferma, y sin poder este año salir a realizar la misión familiar que acostumbro para la colecta de Cáritas, ha sucedido que los vecinos, las familias han ido a mi casa a pedirme el sobrecito. Y yo, al observar que la colecta iba en aumento como todos los años anteriores, en los que sí trabajé la misión, muy sorprendida le preguntaba al Señor una y otra vez cómo había sido aquello posible. Y  una de esas veces que la pregunta me daba vueltas en la cabeza, descubrí detrás de la puerta de la casa algo que inicialmente no logré identificar. Pero después que lo recogí, vi que se trataba de esta palomita. ¡Claro! ¡Era el Espíritu Santo! Jesús me respondió la pregunta de ese modo. Y así lo creo…” “Y yo también, Inés,” le comenté, “yo también lo creo. Una respuesta más que cierta, visible. No importa quien lo haya dejado caer en su sala. ¡Tan simple como la aparición de la imagen de la Caridad en las aguas de Nipe”.

Así son las cosas de Inés, de esa hermana que conjuga con una tremenda coherencia la vida cotidiana y la fe en ese Dios cercano capaz de dar siempre una sorpresa. Su labor en Cáritas no ha sido, por supuesto, su única actividad en la Parroquia. Varias veces me ha comentado que son tres las acciones que ella quisiera llevar hasta el final: las comuniones a los enfermos, los talleres de Oración y Vida y su labor en Cáritas. Creo que ya al final de su actividad apostólica se había quedado solo como voluntaria de Cáritas. Hoy, domingo de la Divina Misericordia, en la Misa de 9, nos hemos despedido de ella (Inés se va a vivir con su hijo a los Estados Unidos).. “Me llevo la palomita…” me dijo emocionada. Y usted nos deja una estela de bellos e inolvidables recuerdos.  ¡Gracias, hermana y que el Espíritu Santo la acompañe!

1 comentario:

Anónimo dijo...

De las pequeñas cosas que cada cual da con amor se podrían hacer millones de historias. ¡Eso es lo grande de la fe! No hacen falta muchas cosas, lo que hace falta es entrega y amor, Dios da lo demás.