26 de febrero de 2011

BREVE REFLEXION SOBRE UNA PREGUNTA Y UNA RESPUESTA “POLITICAS”

Es Agosto de 2003 y en la ciudad de Miami se celebra el 4to encuentro entre laicos católicos cubanos de la diáspora y de adentro de Cuba. Como parte de las actividades se realiza una conferencia de prensa en el Salón Félix Varela, al lado de la Ermita de la Caridad. Los delegados de Cuba respondemos preguntas de algunos de los medios de comunicación de la ciudad acerca de disímiles aspectos de la vida eclesial dentro de la Isla. El encuentro discurre, mayormente, por cauces tranquilos y respetuosos. El ambiente es más bien de cordial escucha por parte de los presentes: periodistas, católicos de la ciudad y demás personas que asisten esa noche. Hay una avidez de conocer cómo viven los laicos católicos en Cuba, qué hacen, cuáles son sus compromisos pastorales y con el pueblo en general. Esta es precisamente una de las “ganancias” de estos encuentros: el poder conocernos más y mejor todos nosotros, cubanos de las dos orillas, separados demasiado tiempo pero aún capaces de vibrar en la misma sintonía.


De repente se levanta una persona de entre la multitud y pide la palabra: “Uds. han estado hablando toda la noche de sus actividades pastorales y de la Iglesia Católica en Cuba…”, hace una pausa como para dar más énfasis a lo que viene, “todo eso está muy bien, pero lo que nosotros queremos saber, lo que queremos que nos den es una respuesta CALIENTE, de los temas verdaderamente calientes, ¿me explico?”. Y nos mira, como desafiándonos a hablar.

Por supuesto que sabemos de qué está hablando: se refiere  a la política; y lo que busca es una respuesta de cómo se involucra la Iglesia Católica con el gobierno comunista de Cuba, qué críticas (o halagos) tenemos nosotros que hacer al sistema imperante, si estamos a favor o en contra... Esas preguntas, legítimas en su naturaleza, son a la vez duras para los laicos visitantes. Nosotros, cubanos “de a pie”, que estamos allí sólo en virtud de nuestro trabajo pastoral, pero que regresamos a Cuba al terminar ese encuentro; que tenemos a la familia en la Isla, expuesta a sufrir las consecuencias de nuestros actos en Miami; pero que además no estamos acostumbrados al libre -y sin represalias- intercambio de opiniones de una sociedad democrática… Es difícil, bien difícil. Por un instante el ambiente se siente tenso en el salón.

Mons. Dionisio García, que en ese entonces era el obispo encargado de estos encuentros por la parte cubana, comienza a hablar, cortésmente, tratando de evitar conflictos. Pero la respuesta no satisface del todo a la persona, que de alguna manera trata de seguir el intercambio.

Entonces yo pido el micrófono para hablar. Recuerdo la mirada de Dionisio, y en sus ojos me pareció entrever algo como: “cuidado no te metas en un lío”. Siendo el obispo de la diócesis en la que yo vivía (Bayamo-Manzanillo) nos conocíamos bien y habíamos intercambiado muchas veces en el pasado. Pero yo tenía clara mi respuesta desde que pedí la palabra:

-Ud. nos ha pedido una respuesta caliente, una de esas que mueven a las personas. Pues bien: yo le voy a dar a Ud. una respuesta bien caliente (por unas fracciones de segundo creí adivinar en el interrogador una mirada de complacencia: “ahora se va a armar”, me lo imaginé pensando). Esta es mi respuesta: Seguir a Jesucristo, tratar de imitarlo y vivir los valores evangélicos, dondequiera que uno esté, como quiera que uno viva, ¡ESO es verdaderamente algo bien caliente…!

La sala estalla en aplausos y exclamaciones de los presentes, y la cuestión queda zanjada –o al menos la persona se da por vencida en ese momento y no sigue preguntando. Cuando se termina el encuentro algunos comentan que “las segundas intenciones” de este señor no eran buenas, que probablemente era un agente de “la Seguridad” (cubana) tratando de obstaculizar el encuentro, o quizás sólo era una persona tratando de ganar atención.

Esta historia puede analizarse desde muchas aristas, positivas y negativas. Estoy seguro que muchos se concentrarían en el enfoque político, en la justeza o evasión de la respuesta dada, en la cobardía o valentía de los que allí estábamos, en el acuerdo o desacuerdo personal con parte (o totalidad) de los acontecimientos narrados…

Sí, ese señor buscaba una respuesta que conllevara conflicto, controversia, desafío. ¿Pero acaso la vida de Jesús no puede catalogarse de ese modo? Muchas veces olvidamos el significado real de ser católico. De las responsabilidades y desafíos que conlleva, en cualquier lugar en que nos encontremos. Al fin y al cabo, el Evangelio es la Buena Noticia de Dios que nos ama, y nos salva a través de su Hijo Jesucristo. Ese Dios que nos invita a amarlo y a amar a TODOS nuestros hermanos. Que nos invita a construir juntos su nuevo Reino, que supera todas las políticas, miserias humanas y pecados. Ese Amor de Dios del que nada puede apartarnos, como dice San Pablo en su carta a los Romanos. Si esto no es una respuesta CALIENTE, entonces poco nos calentará en nuestras vidas.

Desgraciadamente muchas veces no estamos a la altura del Evangelio. Ni somos reflejo de ese mensaje que debería CALENTAR a la humanidad. Ojalá podamos estar a la altura de las circunstancias cuandoquiera que sea necesario.

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