7 de abril de 2012

Dos acercamientos al Rostro y a la Mirada de Jesús

En estos días de Triduo Pascual no queremos entorpecer a los que se acercan a este blog con nuestras limitadas reflexiones. Más bien queremos compartir escritos de personas con mayor profundidad espiritual, los cuales expresan mucho mejor el sentir de estos días.

Desde esta perspectiva, traemos hoy dos reflexiones sobre el Rostro de Jesús. La primera es de Jesús Losada, poeta y traductor español. [Muchas gracias al diácono José Agustín Alemán, en Miami, por enviarnos este hermoso escrito].

El segundo acercamiento es un relato titulado "La mirada de Jesús", tomado del libro "El canto del pájaro", del sacerdote indio Anthony de Mello. Es uno de esos textos que tocan el corazón de cualquiera, y ha sido un favorito nuestro por muchos años. [Estamos conscientes de la controversia sobre los escritos del P. Mello, algo de lo cual hablaremos en otra ocasión en el blog, pero por hoy basta con dejar que este magnífico relato nos cale en lo profundo].

Jesus Losada
Queridos amigos:

Hace varios años que el filósofo judío Levinas me ayudó a caer en la cuenta de lo que significa el rostro humano. Es la parte de nuestro cuerpo que nosotros nunca podemos ver directamente. Y, sin embargo, la parte que los demás ven. Más aún: el rostro es como una concentración de nuestro cuerpo entero para los demás. Son los demás quienes nos dicen: "Te veo hoy con mala cara" o "Tienes buena cara". Nuestro rostro es la ventana por la cual se comunica lo que somos. Comunican nuestros ojos y comunican nuestros labios. Una frente fruncida es señal de preocupación. Unos labios apretados indican rabia. Una sonrisa transmite alegría.

Si el rostro es un concentrado de humanidad, ¡qué fuerza adquieren las palabras del profeta Isaías ("No oculté el rostro a insultos y salivazos") o las del Salmo 68 ("La vergüenza cubrió mi rostro")!

Junto al sentido del oído, hoy ponemos a punto también el sentido de la vista para contemplar el rostro de Jesús durante los próximos días. Se trata de un mapa en el que están registrados los gozos y sufrimientos de todos los hombres.

En vísperas de su muerte, el rostro de Jesús resume la entera trayectoria de su vida terrena: sus largos años de laboratorio nazareno y sus pocos meses o años de itinerancia misionera por tierras de Galilea y de Jerusalén.

¿Cómo veían el rostro de Jesús sus discípulos cuando le preguntaban, uno tras otro, incluido Judas, la pregunta del millón: "¿Soy yo acaso, Señor?". ¿Verían preocupación, rabia, frustración, derrota? ¿O verían un rostro luminoso, sobrecargado de amor en cada una de sus millones de células?

"Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro". Esta es la súplica que brota en un día como hoy en el que millones de personas se ponen en camino hacia los lugares donde van a pasar los días del Triduo Sacro.

¿Se puede vivir el triduo sacro estando de vacaciones? ¿Se ha
convertido la Semana Santa en un simple período vacacional, salpicado con algún rito folclórico religioso a modo de relleno para tranquilizar la conciencia? Quizá podemos responder con sencillez. Se puede vivir el triduo sacro en cualquier lugar... con tal de que no tengamos miedo a buscar y contemplar el rostro de Cristo. No importa tanto el lugar cuanto el coraje de dirigir nuestros ojos a ese rostro cubierto de insultos y salivazos y, sin embargo, hermoso, radiante, perdonador. Ese rostro se muestra en la liturgia de la iglesia y se muestra en las personas sufrientes que, sin duda, iremos encontrando. 

Por mucho derecho que tengamos al descanso, no podemos mirar en otra dirección, porque en el familiar con problemas o en el que nos sirve en un hotel podemos descubrir al Cristo que sigue sufriendo hoy. Volver la espalda a esos rostros tan reales es volver la espalda al Cristo que nos mira.

"Oculi nostri ad Dominum Jesum" canta la liturgia. "Nuestros ojos están vueltos al Señor Jesús". Ojalá podamos aguzar la vista para contemplar este rostro en cualquier lugar en el que nos encontremos durante los próximos días.

Anthony de Mello
La Mirada de Jesús

En el Evangelio de Lucas leemos lo siguiente:

Le dijo Pedro: "¡Hombre, no sé de qué hablas!"

Y en aquel momento, estando aún hablando, cantó un gallo y el Señor se volvió y miró a Pedro…

Y Pedro, saliendo fuera, rompió a llorar amargamente.

Yo he tenido unas relaciones bastante buenas con el Señor. Le pedía cosas, conversaba con Él, cantaba sus alabanzas, le daba gracias… Pero siempre tenía la incómoda sensación de que Él deseaba que le mirara a los ojos… cosa que yo no hacía. Yo le hablaba, pero desviaba mi mirada cuando sentía que Él me estaba mirando.

Yo miraba siempre a otra parte. Y sabía por qué: tenía miedo, pensaba que en sus ojos iba a encontrar una mirada de reproche por algún pecado del que no me hubiera arrepentido. Pensaba que en sus ojos iba a descubrir una exigencia; que había algo que Él deseaba de mí.

Al fin, un día, reuní el suficiente valor y lo miré. No había en sus ojos reproche ni exigencia. Sus ojos me decían simplemente con una sonrisa: "Te amo". Me quedé mirándolo fijamente durante largo tiempo. Y allí seguía el mismo mensaje: "Te quiero"... Y, al igual que Pedro, salí fuera y lloré.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El AMOR de Cristo nos abarca, nos abraza con abrazo completo, lleno, absoluto, y la mirada, ésa mirada que nos traspasa e inunda...¡no podemos menos que llorar ante tanto amor, ante tanta maravilla!

Abby dijo...

Hoy fue enterrado Mons. Agustín Román aquí em Miami. Al leer con un poco de atraso este artículo(no había entrado al blog en varios días), me he emocionado pensando en que Mons.Román ya está ante esa mirada intensa, acogedora, amorosa de Cristo...La muerte nos interpela, pero en esta Octava de Pascua es la Vida de Jesús Resucitado la que nos convoca y anima. Y así, hoy, a pesar de haberlo leído con varios días de atraso, este artículo ha sido una magnífica reflexión. ¡Gracias!