Hace dos semanas recibimos un inesperado email de Manela Diez, una gran amiga nuestra que vive en los Estados Unidos. Nos venía a visitar de momento, pero no por motivo de paseo o vacaciones, sino por una causa mucho más importante, aunque bien triste. Un buen amigo de ella (al que llamaremos solamente Sam, para respetar su privacidad), estaba muriendo de cáncer en Ottawa, y Manela necesitaba verlo. Por más de 40 años ellos y sus familias habían sido muy cercanos, compartiendo además la misma fe y el mismo compromiso eclesial.
La urgencia de la situación se hizo evidente cuando acompañamos a Manela al hospital, donde Sam esperaba ser enviado a su casa, para morir. Desahuciado por la medicina (un tumor del hígado había hecho metástasis y estaba más allá de solución humana) este gran hombre de fe se había encontrado, de momento, enfrentando una muerte inminente. Y así nos lo encontramos en aquella mañana de sábado, pálido, delgado y débil, una triste escena que contrastaba con la belleza del otoño en la ciudad.
Sin embargo, Sam no se preocupaba mucho de su muerte en particular, sino de la situación en que quedaría su numerosa familia. Por encima del dolor del cáncer, y de la incertidumbre de su propia vida, este esposo y padre ejemplar estaba mucho más preocupado por sus seres queridos. Uno no podía menos que sentirse muy triste... pero a la vez admirarlo al ver su entereza y disposición ante la perspectiva de sus últimos pasos por este mundo.
Nos dijo que su último deseo de viaje era ir al oratorio de San José, en la cercana ciudad de Montreal. [En el futuro esperamos escribir sobre este extraordinario lugar, el templo más grande de toda Norteamérica, y sitio donde vivió un santo muy especial: el hermano André Bessete, canonizado hace dos años por el Papa Benedicto XVI. Por ahora continuamos con nuestro escrito]. Lamentablemente ese viaje no pudo culminarlo, porque a mitad de camino hacia Montreal Sam empezó a sentirse mal y tuvo que regresar.
La visita de Manela transcurrió exclusivamente en función de estar con su amigo. Y fue para todos un recordatorio de nuestra temporalidad y de nuestra fragilidad humana. Pero también fue un momento de ver cómo una persona de fe es capaz de asumir su cruz (una cruz bien grande en este caso) y de todos modos avanzar hacia Dios. Al momento de escribir esto, Sam aún vive, aunque los médicos han estimado que le quedan sólo unas pocas semanas. Sólo Dios sabe cuándo será su momento -lo único que sabemos es que debe ser pronto...
Por una de esas grandes casualidades, ese mismo fin de semana nuestra hija Ana participó en una carrera/caminata para recaudar fondos y promover la lucha contra el cáncer de seno en las mujeres. Ana es muy activa en su escuela, y llevaba semanas haciendo "fund
raising" (recaudación de fondos) y escribiendo a amigos y conocidos
acerca de la necesidad de apoyar a las personas que padecen cáncer. El mismo domingo que Manela, Sam y su esposa trataron de ir al oratorio en Montreal, nosotros nos fuimos con Ana a apoyarla en su caminata de 5 kilómetros "contra el cáncer".