Recuerdo que de niño, en Santa Clara, las diferentes iglesias acostumbraban a tocar las campanas al mediodía, recordando e invitando al rezo del Angelus. En una sociedad que se definía por un completo rechazo a la religión, me pregunto cuántas personas sabrían qué significaban aquellas campanadas a mitad del día, justo antes de la hora de almuerzo, en el pico del calor y sol tropical cubanos.
El Angelus, cuadro del pintor francés Jean F. Millet, siglo XIX.
Nosotros vivíamos bien cerca de nuestra parroquia del Carmen, por tanto si estábamos en la casa, escuchábamos con claridad el repicar de las campanas. "El Angel del Señor anunció a María", tocaba la primera. "Y concibió por obra del Espíritu Santo", continuaba la segunda. Luego de un instante de silencio, se sucedían entonces una letanía de toques mientras el campanero recitaba mentalmente un Ave María. Otro par de segundos de reposo y empezaba el mismo ciclo, esta vez con la segunda estrofa: "He aquí la esclava del Señor", "Hágase en mi según su palabra". Y, después del breve silencio al terminar el segundo Ave María, se sucedía la tercera estrofa: "Y el Verbo se hizo hombre", "Y habitó entre nosotros". Continuaba la oración con los dos toques de campana de la invocación final: "Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios", "Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo, Amén". Y el último toque marcaba la oración conclusiva.